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Columna
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Querido señor africano

ESPERO DE corazón que la celda que le haya tocado en suerte esté más limpia que la mía, una verdadera porquería. A saber cuánto tiempo llevan estos suelos sin ver una fregona. De seguir así, en breve crecerá aquí dentro una jungla del calibre de las que, presumo, abundan en su país. Hay tanta mierda que se diría que está toda pintada de negro. O quizás debería decir de color.

La que hemos liado, señor africano. Todavía no sé cómo lo hemos hecho. Habrá supuesto usted que yo venía de la frutería. Supone usted bien, es lo que estaba haciendo cuando lo vi sentado en el suelo, abatido. Y pensé en las barbaridades que habrá tenido que soportar para llegar hasta aquí. El frío, el calor, la soledad, el hambre, la sed, la humillación… y el miedo. Pude imaginar un miedo inmenso mientras le observaba. Y el mar, tan azul y tan negro. Ups. Tan de color.

Me sentí culpable por tener una familia, un trabajo, etcétera. Porque no hay etcéteras para usted. Solo sobrevivir. Y aún es capaz de sonreír. Le vi hacerlo mientras le acercaba el manojo de plátanos.

El frío, el calor, la soledad, el hambre, la sed, la humillación… y el miedo. Pude imaginar un miedo inmenso mientras le observaba.

En estas que gritó la señora. Estaba hecha un basilisco y, de todo lo que dijo, solo pude quedarme con lo de racista de mierda. Puede que también con algo sobre monos y seres humanos. Le juro que no sabía a qué se refería, pero cuando dejó de atizarme con el bolso y señaló a los plátanos, até cabos. Intenté explicarle que se equivocaba y que yo, consciente de las calamidades que había pasado usted hasta llegar a España, solo intentaba ayudarle. Entonces una jovencita se unió al coro proclamando que esto no es España y que yo era un fascista. Perdona, guapa, pero según el mapa… No me dejó seguir. Que a qué venía eso de guapa. Que yo era un cerdo machista y que como viniera su novio me iba a enterar. Se puso a teclear en su móvil. Un tipo gritó que bien por la chavala, que España nos roba, mientras el señor que estaba a su lado aseguró ser un caballero español y lo retó a un duelo singular. Apareció la policía y, sin más dilación, me inmovilizaron y me pusieron las esposas. Casi mejor, porque el novio de la joven se había sumado al corrillo, que ya ocupaba media calzada, echando espuma por la boca y anunciando que me iba a matar allí mismo, por pervertido y acosador.

Supongo que estará usted en esta misma comisaría, porque vi cómo le metían en otro coche. Escribo esta carta con la remota esperanza de que se la den en recepción cuando salgamos de aquí, aunque la verdad es que sé perfectamente que eso no va a pasar. Usted tendrá que volverse a su país y la culpa será mía. De verdad que lo siento, solo pretendía ayudarle. Pero tome nota, señor africano. Aquí nos indignamos con lo que haga falta todas las mañanas, después del café, porque necesitamos tener la conciencia tranquila. Somos un pueblo sensible, e incluso hipersensible. Que lo sepa. Será por eso que no dejo de preguntarme quién tendrá hoy plátanos para postre.

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