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Columna
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Viajes que no llegan a puerto

La agenda independentista internacional de Puigdemont consigue magros, y equívocos, resultados

Xavier Vidal-Folch
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, con los congresitas de Estados Unidos D. Rohrabacher y B. Higgins.
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, con los congresitas de Estados Unidos D. Rohrabacher y B. Higgins.MASSIMILIANO MINOCRI

La agenda viajera y de conferenciante internacional de los máximos dirigentes de la Generalitat —y asociados como Artur Mas— se ha multiplicado en los últimos tiempos. Pero resulta ser tan intensa como escasamente fructífera.

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En la época de Mas, su propaganda secesionista halló algún eco mediático, nula receptividad gubernamental e institucional, el rechazo de los mercados y las agencias internacionales y de calificación, y la clamorosa indiferencia de la sociedad civil organizada en ONG y think tanks. Esa ausencia casi completa de ecos, simpatías y complicidades apenas ha variado. Pese a que los esfuerzos y recursos empleados debieran lógicamente suscitar acompañamientos en áreas como la anglosajona, tan proclives al derecho de autodeterminación como históricamente recelosas de los (irrelevantes) residuos del viejo poder imperial español. De los contactos con antiguos gobernantes, como el norteamericano Jimmy Carter o el italiano Romano Prodi, el president Carles Puigdemont no ha logrado siquiera una declaración neutra sobre el referéndum (ilegal) que prepara; y en el primer caso, tampoco una fotografía. Más bien esta reacción displicente de ayer, tanto más significativa cuanto que Carter ha prodigado su apoyo o su cariño a numerosísimas causas perdidas.

Más afanes ha desplegado —con su consejero de Asuntos Exteriores, Raül Romeva, antes europarlamentario de la tradición comunista— en la seducción de congresistas norteamericanos, en su mayoría de la derecha republicana extrema. Entre ellos, un ultraliberal identificado con las tesis de José María Aznar, del que se confiesa rendido admirador; representantes de origen cubano y militancia anticastrista radical; y, el más leal, un partidario confeso de Putin que avaló su anexión violenta de Crimea, niega el cambio climático y es un furibundo militante antiinmigración.

Esas compañías reaccionarias quizá desengañen a algunos secesionistas de buena fe, creyentes en una desconexión de tono escocés y envoltorio progresista. Y aunque sean de menor cuantía, deberían propiciar una acción exterior del Estado más eficaz, menos espasmódica, menos dependiente de la última conferencia improvisada. Que explicase mejor la España diversa de estructura cuasifederal y reaccionase con menos adjetivos descalificadores de los disidentes. Que ensayase hacia el exterior el necesario espíritu integrador para aplicarlo después en casa.

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