¿Por qué agoniza el gorrión?
E N UN LIBRO recientemente traducido al español por la editorial Ariel, El ingenio de los pájaros, la escritora Jennifer Ackerman advierte del declive rápido y masivo que en la actualidad está experimentando el gorrión: “En el pasado siglo, en Reino Unido se han perdido una media de 50 gorriones comunes por hora. Nadie sabe a ciencia cierta por qué”. Ya en 1962, investigadores de la British Trust for Ornithology detectaron una disminución del número de gorriones comunes (Passer domesticus) que pocos años después, en la década comprendida entre 1970 y 1980, se acentuaría con la desaparición de cerca de 10 millones de individuos. En los últimos años, este descenso se ha registrado también en otros países. La especie peligra. Se calcula que entre 1980 y 2013, un 63% de estas aves ha desaparecido en Europa. En nuestro país, según datos de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), se han perdido 8 millones de ejemplares en los últimos 20 años.
pulsa en la fotoEjemplar posándose en la mano de un paseante en un parque.Juan Millás
Hay pocos pájaros a los que uno pueda acercarse hasta una distancia de escasos metros, pero el gorrión, de huesos delgadísimos y (según la delicada descripción del poeta Francis Ponge en ‘Notas tomadas para un pájaro’, un texto incluido en el libro La soñadora materia) “miembros inferiores insignificantes, todo muy fácil de triturar, sin ninguna resistencia a una presión mecánica, protegido por muy poca carne”, se posará sobre tu mano si le ofreces alimento y eres manso. Ese pájaro, que en el parque enrosca sus uñas en tus dedos, se cuajó dentro de un huevo y pertenece a un orden de las especies que entronca con los antiguos dinosaurios. Tú, igual que el caballo, la ballena y el murciélago, fuiste gestado en un útero y, como ellos, procedes de la evolución de una rata ancestral. El esqueleto del pájaro es un entramado de huesos huecos por los que circula el aire que llega a través del aparato respiratorio. El viento atraviesa a los gorriones a la vez que los gorriones perforan el viento, lo que los hace ligeros y muy aéreos. Su cráneo es redondo y pequeño, termina por delante en un pico grueso; tiene dos enormes cavidades para los ojos, que, a diferencia de los nuestros, no se mueven, permanecen fijos como botones abrochados a ambos lados de la cabeza. Su cuello es muy móvil para compensar la parálisis de la mirada y conecta con un esternón en forma de quilla de navío indispensable para el vuelo. Bajo la masa de plumas, en fin, hay un cuerpo que nada tiene que ver con el nuestro.
Durante la realización de este reportaje, Juan Carlos del Moral (coordinador del área de seguimiento de aves de SEO/BirdLife) me contó que el gorrión es un ave poco exigente para escoger hábitat y alimentación. “Su existencia depende por completo de nuestra actividad. En los pueblos abandonados por los humanos, los gorriones que allí vivían, en vez de quedarse, optaron por seguirnos en nuestro viaje hacia otra parte”. Contrariamente a otras aves urbanas que en las plazas nos miran desde el desafecto, el gorrión tiene algo de hombrecillo emplumado que anhela nuestra suerte y forma de vida. Como si en su cerebro de dinosaurio hubiera brotado un corpúsculo de psique humana, fraguado en el transcurso de una convivencia milenaria. Se ha vuelto tan experto a adaptarse a cualquier entorno humano –escribe Ackerman– que podemos considerarlo nuestra sombra aviar. O bien al contrario, tal vez seamos nosotros la sombra de los gorriones después de todo. Esa convivencia es un patrimonio natural casi extinguido en ciudades como Londres, Dublín, Berlín, Hamburgo, Praga, Moscú, San Petersburgo…
¿Por qué desparece el gorrión? Las causas constituyen un debate abierto, aunque ciertas evidencias apuntan al cambio climático. Seguramente se trata de una acción conjunta de factores muy nocivos, un cóctel mortífero compuesto de plaguicidas, electromagnetismo, emisiones de CO2 y una tendencia por parte de nuestra especie a generar entornos cada vez menos saludables. Influyen también la competencia con nuevas especies invasoras y los edificios cubiertos por fachadas de cristal que impiden a las aves cobijarse y armar sus nidos. Lo que sea que esté afectando tan negativamente al gorrión, sin duda repercute en nuestra calidad de vida. Ambas especies coexistimos desde hace 10.000 años y hasta ahora nuestros destinos nunca se habían desvinculado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.