En la rifa del crecimiento ha tocado hoy el 2,8%
El fracaso de las predicciones se debe a la volatilidad extrema de la economía española, causada por la precaridad institucional, productiva y tributaria
Al menos desde 2011 el mercado del pronóstico y la profecía viene cotizando tenazmente a la baja. Mal comparado, como el de las encuestas. Los hitos son gloriosos. Ni una sola de las instituciones que se dedican al negocio de la previsión económica, desde el Gobierno al Banco de España, desde los bancos privados a los organismos internacionales, detectó la segunda recesión de 2011, que entre otras cosas arruinó las escasas posibilidades de recuperar sin daños el sistema financiero. Después, ni las previsiones más optimistas se aproximaron a la tasa de crecimiento del 3,2% en 2015; quien más se acercó, el BBVA, aseguró que sería el 2,3%. En 2016 nadie se atrevió a decir que el PIB crecería como en 2015; y para este año la previsión oficial de crecimiento es del 2,5%, aunque proliferan ya las llamadas revisiones al alza.El Banco de España acaba de anunciar un crecimiento del 2,8% y Guindos sugiere que será superior al 2,5% inicial.
El cálculo de escenarios económicos, un servicio crucial para el buen funcionamiento de la economía, se ha convertido en una especie de disparos al azar para confundir al inversor y al ciudadano. Cuando Rajoy o Guindos se disculpan aduciendo que “más se equivocan los organismos internacionales” (el FMI y la OCDE no suelen dar una) olvidan que la información relevante está en la Administración propia; por eso, hay errores disculpables (los de organismos exteriores) e irritantes (los de la estadística oficial). Como otras muchas funciones de la Administración pública, este Gobierno se ha tomado a chacota la obligación de ofrecer estimaciones (relativamente) acertadas. No hay inversión (ni capitalismo, por cierto) sin posibilidad de cálculo racional, como sabemos desde Max Weber.
El fracaso predictivo en España tiene mucho que ver con la volatilidad de la economía española: la economía crece más que las europeas en los periodos expansivos y mucho menos que su entorno en fases críticas. Y esa volatilidad se debe al precario entramado institucional, productivo y fiscal del Estado. No hay recursos públicos —tributarios, sociales— ni instituciones con poder y credibilidad para atemperar los efectos de las crisis. Y no los hay porque desde 1996 se estigmatizan las funciones del Estado, se demoniza el gasto público, se instala en el imaginario público el criterio-parásito de que hay que bajar impuestos (o no subirlos) y se dispara artificialmente el entusiasmo por la iniciativa privada (que en España está firmemente asentada en el privilegio de moqueta). Así no solo se acaba con la redistribución o con la red de protección social, sino también con la seguridad económica del país.
Hay más razones que explican el fallo profético crónico. Los economistas predicen fácilmente tendencias, pero tienen más dificultades para descubrir los puntos de inflexión. Además, los analistas prefieren equivocarse juntos que arriesgarse a acertar por separado. Son alérgicos al vértigo. Ambrose Bierce definió la profecía como una venta a corto de la credibilidad con la esperanza de recuperarla a largo. Para profetizar, pues, hay que tener credibilidad y no socializar el riesgo.
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