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Columna
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Amigos de Trump

Después de la congelación de Zapatero y del tono aparentemente gris del anterior Rajoy, volvemos a una política militar activa

Antonio Elorza
La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, acompañada por el Jefe de Estado Mayor del Ejército, saluda a los militares durante su visita al Cuartel General de la Fuerza Terrestre
La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, acompañada por el Jefe de Estado Mayor del Ejército, saluda a los militares durante su visita al Cuartel General de la Fuerza TerrestreRaúl Caro (EFE)

A la vista de cómo Trump plantea su política latinoamericana, el ofrecimiento de Rajoy como mediador carecía de futuro. Tal vez su único objeto era anunciarle la disposición para secundar su política. Acontecimientos posteriores lo han confirmado. Así el nombramiento como embajador en Washington de un exministro de Defensa, Pedro Morenés, vinculado a la industria militar, y sobre todo la visita de Dolores Cospedal, con el anuncio de que España está dispuesta a doblar su presupuesto de Defensa, atendiendo a la llamada de Trump. Después de la congelación de Zapatero y del tono aparentemente gris del anterior Rajoy, volvemos a una política militar activa, orientada hacia la OTAN –ejemplo el nuevo JEMAD– y también hacia la potencia dominante, ahora en manos del reaccionario y errático Trump. Lo que resultaba excesivo en Aznar, ahora se convierte en inexplicable.

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No en términos de intereses económicos, pues la industria militar española tiene cuentas muy pendientes, pero sí de intereses nacionales. Desde los tiempos de Guerra Fría, el endeudamiento de países como España a la política norteamericana estuvo plagado de inconvenientes. Discretamente con presidentes progresistas, de modo abierto con Nixon y Reagan, en cuya estela podemos situar a Trump, Washington consideraba a los Estados mediterráneos como simples peones de sus planteamientos geoestratégicos, con absoluta primacía de estos sobre otros objetivos, tales como la defensa de la democracia. El respaldo a Franco fue el mejor ejemplo.

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Cabe recordar también el caso de Italia en los setenta con la "estrategia de la tensión", cuando una trama de Servicios Secretos militares, controlados desde la CIA vía Gladio, el vértice democristiano anticomunista (Andreotti, Cossiga), la logia antidemocrática P2, más neofascistas de acción, y la mafia al fondo, sembró el país de sangrientos atentados y posiblemente asintió a la eliminación de Aldo Moro por las Brigadas Rojas. Hace escaso tiempo que Steve Pieczenik, en estricta lógica Gladio, enviado de Cyrus Vance y asesor de Cossiga, ministro del Interior, durante el secuestro, insistió ante el fiscal italiano: Moro no debía vivir. Kissinger ya le advirtió del riesgo por acercarse al PCI. Importaba "la estabilidad de Italia". Precio de la "soberanía limitada".

Los primeros pasos de Trump no son alentadores. Parte de rechazar toda implicación exterior en defensa de los derechos humanos, y de inmediato se dirige a estrechar lazos con la Turquía autoritaria del posgolpe. Poco después, nuestro más importante think-tank oficioso/oficial, con notorios antecedentes refrendando la política norteamericana (invasión de Irak), en vez de ocuparse de la permanente represión ordenada por el último Erdogan, ofreció su tribuna al ministro de Asuntos Exteriores turco para que retransmitiese la versión oficial, desafiando de paso a Europa y con preguntas filtradas. Normal.

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