_
_
_
_
MIRADOR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Profanaciones

Mi generación está ávida de miradas que volteen hacia atrás y miren hacia adelante y nos digan qué carajos pasó y quiénes somos

Trullén durante el rodaje de 'Carmona tiene una fuente'.
Trullén durante el rodaje de 'Carmona tiene una fuente'.Oriol Hernando Juncosas

Robert Walser declaraba un ánimo romántico-extravagante cuando salía a pasear a la calle. Yo casi siempre salgo al mundo en ánimo nostálgico-normal, haciendo esfuerzos gimnásticos para acomodar el pasado en los márgenes tan estrechos del presente, mientras trato de no perder sentido de un futuro. Fracaso casi siempre. Para colmo, vivo en Nueva York, una ciudad despiadada, que se mueve tan rápido que es imposible siquiera tomarle el pulso.

Pero el otro día, en un luminoso taller del colectivo NOOK, en el Poble Sec de Barcelona, pasé una tarde muy lenta y larga acomodando pedacería suelta de un mundo pasado, para una película futura. Un amigo, el cineasta Antonio Trullén, me propuso ver los avances de su trabajo reciente. Con un galón de agua y un paquete de tabaco, nos instalamos en su estudio y estuvimos ahí seis o siete horas, repasando el pietaje —hermoso, discreto, complejo— que Trullén lleva más de quince años recogiendo con su cámara.

En sus cintas hay tomas de la Barcelona de principios de milenio, tan pujante, prometedora y normativa como las mejores estudiantes del Erasmus; y tan inquietante, amenazante y obscena como una niña muy maquillada. Hay grúas deshojando edificios del viejo Raval, pared por pared. Hay viejos, sobrevivientes de varias guerras, que se entregan al placer cotidiano, inútil y generoso de platicar fumando. Y hay, también, un grupo de jóvenes profanándolo todo con su belleza, ligereza y altanería veinteañera. Unos niños-adultos, o viceversa, tejiendo un mundo muy sólido con los últimos hilos sueltos de la educación sentimental de la nouvelle vague y de los exilios literarios latinoamericanos; y luego deshilándolo, como si nada, hasta quedarse huérfanos de historias, de asideros estéticos y de parámetros emocionales. Esos jóvenes éramos nosotros, claro: la última camada del siglo, cachorros malformes que mamaron las últimas gotas de la belleza e inocencia de la época. Nadie ha sabido tejer una narrativa que haga frente al vacío que nos dejó el siglo XX a los que nos volvimos adultos en el cambio de milenio. Pienso mucho, entonces, en miradas como la de Trullén que, con paciencia de jardinero haciendo surcos en el fondo del mar, han ido registrando los instantes de nuestro siglo difícil, y ahora son dueños del único registro del mundo que se esfumó de un día para otro cuando empezó el culebrón noticioso de Twitter; el neobalzaciano, pero soporífero, tapiz de Facebook, la agresiva y porno Instagram.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Mi generación, perdida entre las grietas del convulsionado cambio de siglo, está ávida de miradas que volteen hacia atrás y miren hacia delante, y nos digan qué carajo pasó y quiénes somos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_