_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Trastorno

Pasaron las semanas y un día, a la hora del desayuno, en la cocina, escuchamos unos ruidos extraños procedentes del congelador de la nevera

Juan José Millás
Dispensador de hielos
Dispensador de hielosGETTYIMAGES

Cuando se estropeó el dispensador de cubitos de hielo de la nevera, mi mujer comentó que habría que avisar al servicio técnico. No te apures, dije, yo me ocupo. Entre unas cosas y otras, dejé pasar un par de días y luego un par de semanas. A ratos, me acordaba del asunto, pero me daba pereza coger el teléfono y todo eso. Mi mujer no decía nada, aunque a veces, cuando sin darme cuenta de la situación le proponía que tomáramos un gin-tonic, me miraba con expresión interrogativa. ¿Y los hielos? Un martes me levanté decidido a llamar. Lo haría en el descanso de media mañana, mientras se calentaba el agua para el té. Salí temprano a por el periódico y de vuelta, al entrar en la tienda de los chinos para comprar el pan, descubrí que vendían bolsas de hielo. Cogí dos y le conté al chino el problema que teníamos con el congelador. A ver si me animo y llamo al servicio técnico, concluí. No llame todavía, me aconsejó, dele una oportunidad. ¿A quién?, pregunté. Al congelador, claro, dijo él. Los hielos de los chinos eran fantásticos: grandes y duros como piedras, ideales para el gin-tonic, lo que nos permitió retomar la costumbre de la copa vespertina. Cada cuatro o cinco días, compraba un par de bolsas, de modo que siempre estábamos surtidos, como cuando teníamos nuestra propia fábrica.

Pasaron las semanas y un día, a la hora del desayuno, en la cocina, escuchamos unos ruidos extraños procedentes del congelador de la nevera. Como si cayeran piedras. Me levanté, abrí la puerta con cautela y descubrí al dispensador de cubitos escupiendo hielo como en sus mejores tiempos. Escupió ocho o nueve y cargó agua para continuar fabricándolos. Mi mujer y yo nos miramos confusos, sin decir nada. El chino sonrió cuando se lo conté.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_