Cuando escribir de amor es una cursilería
¿Es 'Love actually' una película rancia y odiable? La autora reflexiona sobre el concepto de amor y el de feminidad
Una de mis crónicas favoritas de Joan Didion está dedicada a John Wayne y se titula Canción de amor. En ella, la autora de El año del pensamiento mágico recuerda cómo la primera vez que vio al actor fue de niña en En el viejo Oklahoma. En la película, Wayne pronunciaba una frase que se le quedó grabada hasta prefigurar su ideal romántico: “Te haré una casa en el recodo del río donde crecen los álamos”. Didion recuperó ese recuerdo años después. Al fin iba a conocer a Wayne, enfermo de cáncer, y la idea de que aquel tótem de su ideal masculino estuviese tocado de muerte removió las aguas de su memoria y su feminidad. Había conocido a hombres maravillosos, recuerda la escritora, pero seguía esperando que algún día uno le ofreciese una casa en el recodo del río donde crecen los álamos.
Escribo esta columna el día de San Valentín, bajo el aluvión de corazones que llegan por tierra, mar y aire, es decir por Twitter, Facebook e Instagram, y que básicamente me recuerdan que, salvo excepciones, escribir de amor es un ejercicio condenado a la cursilería. En el río revuelto que es ahora el ideal romántico, cuando frente a los supuestos avances del feminismo hay un claro retroceso a las convenciones sociales más rancias, un canal de televisión lanza una batería de frases de cine para celebrar la fecha.
No voy a negar que con alguna de las siguientes películas lloré a moco tendido, pero al amor le sienta mejor la acción que la palabra y así, con la retórica sacada de contexto y sin palomitas entre las manos, la emoción deja paso a la vergüenza ajena: “Solo soy una chica delante de un chico… pidiéndole que la quiera” (Notting Hill); “todo el amor que tengo dentro se queda contigo” (Ghost); “puede que no sea muy listo, pero sé lo que es el amor” (Forrest Gump); “si tú saltas, yo salto” (Titanic).
"Al amor le sienta mejor la acción que la palabra y así, con la retórica sacada de contexto y sin palomitas entre las manos, la emoción deja paso a la vergüenza ajena"
Comedias como El diario de Bridget Jones o Love actually acuden cada año puntuales por San Valentín para ponerle una pizca de sal al asunto, pero la cosa no mejora. En The time of my life: un ensayo sobre cómo el cine de los ochenta nos enseñó a ser más valientes, feministas y humanos, la periodista Hadley Freeman expresa su odio por Love actually y otros sucedáneos de comedia romántica y ataca la deriva de uno de los mejores géneros de la historia del cine, a su juicio en clara regresión desde que a Hollywood dejaron de importarle las mujeres. La periodista se detiene en Cuando Harry encontró a Sally, de Rob Reiner, cuyas premisas serían impensables en el Hollywood de hoy. El motivo: existe una progresiva sexualización de las mujeres que impediría un personaje como el de Sally, “siempre desaliñado”.
La película, además, incide en algo que puede sonar políticamente incorrecto: que mujeres y hombres en realidad no nos parecemos. Incluso alguien tan poco transgresor como Nora Ephron, autora de la historia –y, a tenor de su libro, un referente para Freeman–, escribió: “De lo que trata realmente Cuando Harry encontró a Sally es de lo diferentes que son los hombres y las mujeres”. En el viejo pulso entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia me quedo con un clásico, La costilla de Adán, de George Cukor, en la que el matrimonio interpretado por Spencer Tracy y Katharine Hepburn, fiscal y abogada enfrentados en el juicio de una mujer que ha matado a su marido, discuten airadamente sobre igualdad de género.
Tracy: “Los hombres lloramos, como las mujeres”. Hepburn: “Eso demuestra que tengo razón, no hay diferencia entre los sexos. Es igual ser mujer que hombre, o casi igual. Puede que solo exista una pequeña diferencia, pero muy pequeña”. A lo que Tracy responde con su célebre proclama: “¡Viva la diferencia!”.
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