Christopher Walken, los tipos duros también bailan
Víctima de su propia grandeza, el actor con más personalidad de su generación nos habla de verduras, guiones y musicales
A Christopher Walken (Nueva York, 1943) le gusta leer los guiones que le ofrecen mientras cocina. Y provoca un perverso placer imaginarle cortando verduras en juliana mientras piensa si quiere encarnar o no a otro psicópata. Una cuestión ligera: “¿Cuál es su especialidad culinaria?”. En persona, la respuesta a esta pregunta suena tal y como uno espera. Imagínela enunciada con su legendaria frialdad y esa voz de barítono, que a lo largo de cuatro décadas en el cine ha ido prestando al veterano de Vietnam de El cazador (1978), al mafioso de El funeral (1996) o al jinete sin cabeza de Sleepy Hollow (1999): “Verdura”. Pausa dramática. “Pescado”. Nueva pausa, suficientemente larga como para contar hasta tres o consultar el correo en el móvil. Eso, si el interlocutor no tuviese la mirada fija en la cara pétrea de Walken. “Aceite de oliva”. Y entonces cierra con una frase que nunca había sonado tan perturbadora como en sus labios: “La dieta mediterránea es muy sana”.
El actor neoyorquino está en Sitges para recoger el Gran Premio Honorífico del Festival de Cine Fantástico. Ha acudido solo, sin camarilla y sin su mujer, Georgianne, con la que lleva casado 47 años, y es una directora de casting muy reputada. Ella se encargó de Los Soprano y, para disgusto de los fans, nunca se le ocurrió darle un papel a su marido, quien aquí es venerado por sus papeles en Amor a quemarropa (1993) y por haber sido el malvado de Batman vuelve (1992), de Tim Burton, o el doctor que imaginó Stephen King en La zona muerta (1983).
“Sé de qué va Trump. No nos conocemos, pero somos de la misma edad y de Queens. Aunque él es de una zona más bonita que la mía. Para los tíos de Queens, el pelo es muy importante. Y el de Trump es muy de Queens”
Pero hay una explicación sencilla de por qué Walken ha llegado a acumular más de 130 créditos como actor, incluyendo aquel fantástico videoclip de Fatboy Slim (Weapon of choice) que dirigió Spike Jonze y una película que fue el año pasado directa a vídeo titulada ¡Joe Guarro! Vaya pringado. No le gusta decir que no. Si le ofrecen un papel y la agenda le cuadra, lo acepta. “¿Qué voy a hacer? No tengo aficiones, sólo trabajo”, dice, como si eso lo explicara todo.
Pero tiene sus preferencias. No le gusta hacer películas en montañas, desiertos, ríos o junglas. Prefiere un plató. “Cierran la puerta y es de noche. Si tiene que llover, hacen que llueva. Eso es lo que me gusta”. Su madre, una inmigrante escocesa fantasiosa y mitómana que se hacía llamar Roz en homenaje a la actriz del Hollywood clásico Rosalind Russell, tiene la culpa: “Era una verdadera fan. Le encantaban las películas y las revistas. Mi nombre auténtico es Ronald, por el actor Ronald Coleman, al que adoraba. Nos metió en el cine a mí y a mis dos hermanos”.
También les hizo aprender baile y claqué. ¿Le gustaba? Cuando era crío todo el mundo tomaba clases de claqué. En aquellos días, tras la Segunda Guerra Mundial, la gente mandaba a sus hijos a clase de baile. Estaba bien, recibíamos una educación diferente. Yo no fui a la Universidad, fui al show business.
¿Se quedaba viendo las obras entre bambalinas? En aquellos días te lo permitían, sobre todo si te conocían. Yo podía entrar en cualquier obra de Broadway durante el descanso. Me tragaba cada espectáculo 10 o 12 veces en la época buena. Recuerdo ver Gipsy, Funny girl, Algo gracioso ocurrió camino al foro… Mis ídolos eran gente que ahora no conocería nadie, gente como Robert Preston o George Burns. Eran verdaderas estrellas, pero no hicieron películas.
También frecuentaba el Actor’s Studio. ¿Qué diferencias veía entre esos aprendices del método Stanislavski y los actores de Broadway? Los de Broadway eran mucho más divertidos, sobre todo los bailarines. ¿Sabe? En los musicales no había camerinos para hombres y para mujeres, sino para cantantes y para bailarines. Los cantantes estaban todos con sus bufandas al cuello, bebiendo té caliente. En cambio, los bailarines se pasaban el día bebiendo y fumando. Salían toda la noche y luego se presentaban en el teatro. Los del Actor’s Studio eran mucho más serios. Además, los mejores nunca estaban allí. Yo di algunas clases, pero sólo por probar. Era más bien una cosa social, porque todo el mundo iba allí. No aprendí en las escuelas, sino observando a mis compañeros.
De pronto, con 34 años y una sólida carrera en el teatro, le llaman del cine y estrena dos películas en un año. Y qué películas. Annie Hall y El cazador. ¿Cómo vivió ese salto? Hay ciertos directores que si te contratan sabes que lo vas a hacer bien, que te van a cuidar. En mi experiencia, si trabajas con Steven Spielberg, Mike Nichols, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Abel Ferrara, con el que he hecho seis películas…, si ellos te ponen en su filme, no tienes que preocuparte.
¿No incluye a Michael Cimino en la lista? El periodista Peter Biskind dijo de él que es tan megalomaniaco que, a su lado, Francis Ford Coppola parecía Mary Poppins. ¡Ah!, no lo creo. Michael era alguien muy cerrado, muy callado. Creo que decidió estar solo.
Bueno, siempre se dice que la industria le dio la espalda después del fracaso de La puerta del cielo (1980). Pero eso le pasó a mucha gente y luego se recuperaron. Él siguió escribiendo. Creo que eso es lo que era desde el principio, un escritor. Y como muchos escritores, era un solitario. Después de La puerta del cielo se quedó en casa y se convirtió en un doctor de guiones, esos que arreglan los de los demás.
“Hay directores que si te contratan sabes que lo harás bien, que te van a cuidar. En mi experiencia, Spielberg, Scorsese, Tarantino o Abel Ferrara…, si te ponen en su película, no tienes de qué preocuparte”
¿Cómo le explicó Cimino su papel de Nick en El cazador? Su personaje también es muy callado. Asegura que le gusta disparar a los ciervos porque le gustan “los árboles en las montañas”. De alguna manera marcó el tipo de papeles que ha hecho después. Nunca hablamos sobre el tema. Cuando le conocí me dijo: “¿Leíste el guion? ¿Qué personaje crees que sería mejor para ti?”. Yo le contesté que me veía en el papel que después hizo John Cazale. Él me ofreció a Nick. No sé por qué. Quizá me miró y pensó que me iba bien.
Ha dicho alguna vez que le walkenizan los guiones, que en ocasiones acepta un papel y cuando le devuelven el guion, su personaje ha cambiado, lo han hecho más raro, más como se supone que es un personaje de Christopher Walken. Sí, lo hacen todo el tiempo, los hacen más raros. No sé por qué. En las películas siempre están arreglando, arreglando, arreglando. He hecho filmes en los que al principio te dan un guion y en la primera página ves un autor. Luego te lo vuelven a enviar revisado y ya hay dos autores. Para cuando empieza el rodaje a veces hay siete firmas y eso es siempre una mala señal. A cada guionista que entra para “pulir”, como dicen ellos, le pagan. Así que, aunque el guionista crea que ya está bien, siente que tiene que hacer algo para justificar su sueldo y siempre le mete mano al texto.
¿Es verdad que usted es una de las tres o cuatro personas del mundo que pueden presentar Saturday night live siempre que quiera, que sólo tiene que llamar al productor del programa, Lorne Michaels, y decir: “Oye, que voy”? No sé si eso sigue siendo verdad. Antes sí, pero hace ya seis o siete años que no presento un Saturday night live.
Sus sketches del programa son memorables. ¿Le hubiera gustado hacer más comedia en el cine? No, la verdad. Pero quizás lo haga a partir de ahora.
Nunca se ha ido a vivir a Los Ángeles, ¿no le gusta? No me gusta conducir. Soy un pésimo conductor, o sea que me costaría bastante. Vivo en el campo y tampoco voy mucho a Nueva York.
Fue un habitual de Studio 54, ¿se parece en algo la Nueva York de ahora a la de los setenta o a la que conoció de niño? Bueno, Nueva York va cambiando. Cuando yo era joven, Times Square era muy interesante y muy distinto, un poco peligroso. Ahora recuerda a Disneylandia. Y Broadway lo mismo. Pero allí no puedes esperar que las cosas no cambien. Quizá pronto todo se vuelva interesante de nuevo. En esa ciudad, la construcción es constante. Vayas donde vayas, no puedes huir del ruido de la construcción. No existe la noción de un barrio tranquilo.
Usted tiene la misma edad que Donald Trump y nació en el mismo barrio que él (Queens). ¿Sabe algo que los demás no sepamos? ¿Entiende a Trump como sólo uno puede entender a alguien de su pueblo? Claro que sé de qué va Trump. No nos conocemos, pero somos de la misma edad y de Queens. Aunque él es de una zona más bonita de Queens que la mía. Para los tíos de Queens, el pelo es muy importante. Y el pelo de Trump es muy de Queens. También su manera de hablar.
Se dice a veces de usted que parece un actor de otra época. ¿Qué carrera cree que hubiera tenido de haber trabajado en los años cuarenta? Hubiera podido hacer más musicales. Ahora no se hacen, son demasiado caros.
¿De verdad? Pero la gente siempre le imagina como un Robert Mitchum, no como un Gene Kelly. Es que no soy tan bueno como Gene Kelly.
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