La misa y el ágora
No creo que sea muy de izquierdas eso de dejar sin su misa televisada a un conjunto de ancianos


La religión es uno de los campos más sembrado de minas para cualquier acción política democrática. Lo sabemos desde siempre, pero en nuestros días es cuando sale a la luz con mayor claridad. Seguramente obedece a la imposibilidad de realizar con todas sus consecuencias el principio de laicidad. La nítida separación teórica entre una esfera pública, donde la ciencia opera como la única verdad, y otra privada, donde cada cual sigue sus creencias, nunca ha funcionado realmente en la práctica. El papa Francisco es considerado el primer public intelectual mundial; la creciente importancia del islam en Europa está poniendo a prueba el principio de tolerancia –recordemos el caso del Burkini–; y el cristianismo, por mucho que tenga menos practicantes, sigue muy presente en todos los debates públicos de contenido moral. El propio Habermas se ve obligado a reconocer que vivimos ya en una “sociedad post-secular”, ni laica pura ni religiosa propiamente dicha.
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Por todo lo anterior, no se entiende que Podemos busque la suspensión de la misa de La 2, un servicio que seguro que agradece un ilimitado número de creyentes, sobre todo los de más edad. Aquí debería haber predominado una visión menos cartesiana –y masculina– de los principios racionales de la laicidad, para acercarse a otra más “femenina” –“de cuidado”, que diría Gilligan– más preocupada por los intereses específicos de quienes se verían afectados por la decisión. Es lo que habitualmente hacemos cuando nos enfrentamos a los requerimientos de las minorías musulmanas. Al menos en los países menos dogmáticos con la laicidad. Entenderla como una geometría rígida ya hemos visto que no funciona. Y el tema del Burkini es, de nuevo, un buen ejemplo del absurdo de llevar hasta sus últimas consecuencias el principio de “estos son mis principios”.
Todo problema identitario nos interroga siempre desde instancias que no se pliegan a una respuesta sencilla, exigen buscar un imperfecto modus vivendi más que la limpia armonía de la moralidad kantiana. Pero incluso en esta, el principio del “respeto” está por encima de cualquier otra consideración. Con todo lo apasionante que es este tema, más interesante me resulta preguntarme, y me repito, el por qué Podemos siente la necesidad de pronunciarse sobre estos temas. Sobre todo, porque, bien visto, no creo que sea muy de izquierdas eso de dejar sin su misa televisada a un conjunto de ancianos. ¡Anda que no hay otras dimensiones en las que hincar el diente a la Iglesia!
Solo se entiende desde la perspectiva del narcisismo de la radicalidad, buscar diferenciarse con pequeños gestos para simbolizar que rompen el consenso establecido y provocar la reacción visceral de la derecha. Aunque eso les arroje a la periferia. La centralidad se ubica hoy en otro lugar. No en la misa, pero sí en el ágora, en lo que de verdad nos preocupa a todos.
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