Una cultura sin trincheras
Madrid requiere un relato que apuntale y realce su magnitud cultural y no el enfoque sectario que suponía Celia Mayer
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La cultura no debe convertirse en territorio de combate ideológico ni de trincheras, especialmente cuando hablamos de Madrid, una ciudad con una riqueza y una potencialidad cultural imponentes. El Gobierno de Ahora Podemos en la capital de España, que encabeza Manuela Carmena pero que cuenta con dirigentes más ideologizados –como Celia Mayer, responsable del área cultural hasta ayer–, se ha tropezado una y otra vez por una práctica que debería estar desterrada de la gestión de ciudades de la envergadura de Madrid, en la que conviven gentes de sensibilidades muy diferentes y que recibe oleadas de turistas con intereses diversos.
Primero fueron los titiriteros contratados en horario infantil que –a pesar de una actuación reprobable y desmedida por parte de la Audiencia Nacional– llamaron la atención por un espectáculo cargado de ideología antipolicial. Más tarde fue una torpe gestión de la Ley de Memoria Histórica, que llevó a Mayer a retirar una lápida a ocho monjas carmelitas asesinadas en la Guerra Civil que, poco después, tuvo que volver a colocar. Y hace poco ha sido la gestión de Matadero, una de las instalaciones culturales con más futuro la capital, donde el nuevo responsable decidió eliminar los nombres de las salas dedicadas a Max Aub y Fernando Arrabal y decantarse por un centro de investigación y por artes más experimentales, con lo que el teatro quedaba claramente postergado.
Si algo necesita Madrid no es una intervención sectaria, sino un proyecto que ayude a realzar sus potencialidades como enorme foco cultural. Madrid necesita un plan que refuerce y apuntale sus ricas infraestructuras con contenidos contrastados y entreverado de ofertas para todo el mundo, y no como un foro excluyente e ideologizado. La mayor parte del trabajo ya está hecho, y solo falta que el impulso sea lo suficientemente abierto para que pasado y futuro dialoguen en espacios apropiados. La gestión, por tanto, debe centrarse en animar esos espacios, ese intercambio, esa libertad creativa en un espíritu de reconciliación, de suma entre pasado y futuro y de trabajo en positivo por impulsar la creación, y no por cercenarla con torpezas, guiños a su clientela e ingenuidad en el mejor de los casos.
En la medida en que la destitución de Celia Mayer como concejal de Cultura y la asunción de estas competencias por la alcaldesa, Manuela Carmena, refleja el reconocimiento de los errores cometidos hasta ahora, es una buena noticia. Que debería completarse con un cambio radical de rumbo en la política cultural seguida hasta ahora por el Ayuntamiento, una política que en adelante debería estar volcada en realzar el peso y valor cultural de Madrid como lugar de enriquecimiento creativo para toda la sociedad, no solo para una parte minoritaria de ella.
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