Casi nadie conoce al navarro que llena las salas de cine
Fernando González Molina es el director que está detrás de 'Palmeras en la nieve', 'Tengo ganas de ti' y la reciente 'El guardián invisible', que arrasa a pesar del boicot
El guardián invisible se estrenó el pasado viernes 3. Y ha arrasado en la taquilla. Por encima solo ha quedado Logan, donde Hugh Jackman interpreta a Lobezno. Unos días antes del estreno de El guardián invisible se hicieron públicas en la televisión vasca (EiTB) unas declaraciones de una de las actrices del reparto, Miren Gaztañaga. En ellas llama a los españoles "atrasados" y "catetos".
Cientos de usuarios llamaron en Twitter al boicot de la película. Y el filme se convirtió en tendencia con la etiqueta #BoicotElGuardiánInvisible. La productora de la película no tardó en emitir un comunicado donde se desvinculaba de las palabras de Gaztañaga: "Deploramos y rechazamos por completo cualquier insulto y falta de respeto a los ciudadanos españoles". Sin embargo, a pesar del boicot, El guardián invisible ha recaudado 1,2 millones de euros durante el primer fin de semana.
Con Palmeras en la nieve (2015) batió en taquilla a Star Wars: el despertar de la fuerza en su primer fin de semana. La anterior, Tengo ganas de ti (2012), hizo más de 12 millones de euros de recaudación. El director Fernando González Molina (Pamplona, 1975) estrena ahora El guardián invisible, un thriller “seco, contemplativo y muy emocional” que ya está cosechando un gran éxito. ¿La fórmula? “No hacerse el guay solo por gustar a cuatro. ¡Es que no hay secreto salvo el de ser honesto con uno mismo!”.
"El verdadero fracaso sería hacer algo que no funcionara bien en taquilla. Obviamente tengo mi ego y me gustan las buenas críticas, pero lo importante es que la gente vaya a ver mis películas"
Fernando colecciona revistas de cine, se relaja con la prensa rosa –“pero la glamurosa, la de las fiestas y los vestidos”–, le hubiera gustado trabajar con Paul Newman, se declara hijo de Britney Spears, Madonna, lo flúor y toda esa estética pop con la que creció, y habla rápido, mucho, pero no alborotado. Su verborrea es fruto de un entusiasmo casi infantil por lo que hace y de una curiosidad incontenible por casi todo: “Siempre me dicen que no pregunte a los periodistas si les ha gustado mi película, que les pongo en un compromiso, pero es que la opinión de mi equipo, mi familia y mis amigos no me sirve: su mirada esta condicionada por el amor, el peor de los filtros posibles”.
El guardián invisible es una adaptación del primer volumen de una trilogía de Dolores Redondo traducida a más de 40 idiomas y con más de un millón de lectores en nuestro país. ¿Qué fue lo que le atrapó de esta historia? No quería volver a hacer una película basada en una novela, pero rodando Palmeras en la nieve me vi obligado a viajar mucho y en un aeropuerto, buscando algo para leer, encontré El guardián invisible. Me atrapó, lo devoré. Al ser navarro, la idea de hacer una historia en el valle del Baztán, un lugar muy representativo de mi tierra, me pareció muy interesante. Además, estaba el hecho de que fuera cine negro, que contara una historia de mujeres y que jugara también con la mitología vasca. Aparte de que hacer una saga era algo que me llamaba mucho.
Algo muy poco habitual en el cine español. Sí, es que a mí esta cosa de la saga me encanta. Yo decía: “Esto es como Harry Potter pero en malvado” [risas]. Quería que el espectador tuviera la sensación de que le estamos contando una esquinita, pero que aquí hay mucho más.
Viendo la película vienen a la cabeza Twin peaks o Zodiac. ¡Ojalá! Creo que la conexión con Twin peaks viene de contar cómo el mal sobrevuela una comunidad, cómo desde el bosque el mal y los espíritus observan. Cómo lo natural y lo sobrenatural interactúan muy bien en los entornos rurales. En cuanto a Zodiac, quería un thriller más en la línea anglosajona que en la de lo que se está haciendo aquí, que está muy bien pero es muy nervioso, muy rudo. Yo buscaba una cosa más contemplativa, más contenida. Creo que eso genera muchísima inquietud. El espectador ha visto tanto montaje picado y tanta cámara loca que, de repente, cuando le dejas mirar con calma...
A más de uno le va a sorprender este cambio de registro. La historia tenía un espíritu y un contenido muy concretos y buscábamos la manera más honesta de rodarla. Eso hace que no se parezca en nada a mis otras películas. Buscaba algo más emocional, más femenino, más dramático, una historia en la que los sentimientos y lo que pasa con la protagonista también contaran. Lo que sucede es tan tremendo que la película tenía que ser muy sobria.
El rodaje debió ser tremendo. Fue brutal, sí. Pero a mí lo que me da rabia es que en una película lo pases muy mal rodando y luego eso no salga en la foto. A veces ocurre que los rodajes son infernales y eso no se refleja en la película. Aquí creo que cada gota de lluvia, cada sitio inhóspito en el que rodamos y cada noche que se tiró Marta [Etura, la protagonista de la película] rodando 12 y 14 horas seguidas se notan.
No le imagino a usted, que siempre va hecho un pincelín, vestido para la ocasión. El equipo se carcajea mucho de mí. Ruede donde ruede, siempre voy con zapatillas y con vaqueros, como mucho con un plumas. En esta ocasión, me decían: “Por favor, Fernando, cómprate unas botas”. Y no era por no comprarlas, era porque no me quería vestir de guardabosques o de Jesús Calleja. Se morían de la risa porque, claro, me resbalaba, me tropezaba. Pero el subidón de rodar hace que no pases frío, ni te pongas malo. Eso sí, al día siguiente de terminar, enfermo. ¡No falla!
Tiene usted pinta de ser un director duro. No creo que se pase mal rodando conmigo. Soy exigente y con el paso de los años cada vez más, porque me he vuelto más inseguro. La inexperiencia y la ingenuidad de la juventud hacen que te tires a la piscina sin pensarlo. Conforme pasan los años y vas aprendiendo, te vuelves un poco obsesivo. No soy un tirano, aunque sí soy de ir muy al límite, de repetir muchas tomas, de querer siempre más. Necesito unos productores fuertes que me sujeten porque siempre quiero más. Rodar más alto, con más helicóptero, con más lluvia… ¡Afortunadamente los tengo!
¿Y Mario Casas, su actor fetiche, dónde estaba esta vez? No había personaje para él. Personalmente fue un desafío no tenerlo como compañero de viaje porque realmente hemos sido más cómplices en las películas que hemos hecho juntos que la clásica relación entre director y actor.
Usted fue de los primeros en creer en él y de ser capaz de ver más allá de su físico. Es que en España somos muy paletos y parece que unas gafitas de intelectual y una perilla venden más. Mira Ryan Gosling o Brad Pitt: ellos no han sido víctimas de su físico. El fenómeno de fan tan bestia que ha generado Mario en el cine ha fagocitado un poco su trabajo y solo cuando hace cosas excéntricas fuera de ese cliché es cuando realmente se le reconoce su inmensa calidad como actor.
¿Cree que el hecho de que su nombre sea sinónimo de éxito en taquilla puede provocar ciertos prejuicios en determinados sectores de público y crítica? Mis películas no son un ejercicio preconcebido de nada, no hay un señor con una calculadora haciendo cuentas. No. Es algo que está en mi ADN, lo que me gusta como espectador es lo que intento hacer como director y da la casualidad de que coincide con lo que le gusta al espectador medio. Luego hay otra gente cuyo gusto es más minoritario porque tiene una mirada más singular. Y no pasa nada. Pero de ahí se concluye que los que hacemos este tipo de cine no tenemos mirada. En España no se sabe distinguir entre el cine de autor y el narrativo. En Estados Unidos se entiende perfectamente y se hace buena crítica de La lista de Schindler y de la última de Jarmusch. Aquí parece que todo el mundo tiene que ser Jarmusch. ¡Y yo no quiero ser Jarmusch, yo quiero contar historias! Esto penaliza, y si tus películas van muy bien, penaliza el doble. Para mí el verdadero fracaso sería hacer algo que no funcionara bien en taquilla. Obviamente tengo mi ego y me gustan las buenas críticas, que me traten bien, que me den muchos Goyas, pero para mí lo verdaderamente importante es que la gente vaya a ver mis películas.
A pesar de ser uno de los directores más exitosos de los últimos años, me da la sensación de que es usted bastante anónimo. Es algo bastante habitual entre los directores de cine y que sucede de manera bastante natural. Pero a mí si me piden hacer algo, lo hago, como si me llaman para ir a Pasapalabra, voy encantado. En mi caso, creo que las películas pesan más que yo. Lo cual es fantástico. Es el mejor lugar posible para vivir.
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