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Tribuna
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El proteccionismo no hace más fuerte a la industria europea

Cerrar las puertas a la competencia extranjera es rápido, pero nos apartaría de las cadenas de valor

Un manifestante protesta contra el tratado de Comercio UE-Canadá durante el voto en el Parlamento Europeo.
Un manifestante protesta contra el tratado de Comercio UE-Canadá durante el voto en el Parlamento Europeo.PATRICK HERTZOG (AFP)

 Las crisis políticas dentro y fuera de Europa son todo un reto para la economía europea. Por primera vez en décadas se cuestiona en occidente el libre comercio internacional reglamentado. Esto lleva a algunas personas a preguntarse qué están haciendo los políticos para proteger nuestra industria y ayudarla a prosperar.

En primer lugar, dejemos las cosas claras. La industria europea es líder a escala mundial. En 2014, su cuota en el comercio mundial de bienes y servicios superó a la de EE UU, China o Japón. Proporciona 50 millones de puestos de trabajo, el 20% de nuestra mano de obra.

De un modo más general, la globalización ha supuesto enormes beneficios para las economías menos privilegiadas del mundo. Ha sacado de la pobreza a cientos de millones de personas y ha creado millones de puestos de trabajo en Europa. Sin embargo, en algunos casos, los beneficios de la globalización no se han distribuido de manera igualitaria, y ello ha generado inseguridad y sentimientos de injusticia. Como siempre, esto ha creado un terreno fértil para vendedores de elixires que proponen soluciones aparentemente fáciles. “No a los extranjeros, sí a las subvenciones para nuestra industria”, es su grito de guerra. Quizá suene tentador para algunos, pero llevaría a la ruina económica de Europa.

Hay que abordar las inquietudes legítimas de quienes han salido perdiendo con la globalización. Es la hora de proteger los puestos de trabajo europeos sin timidez. De enseñar los dientes con medidas antidumping contra prácticas comerciales desleales. De seguir fomentando la inversión pública y privada en investigación y tecnologías limpias. De facilitar el ajuste con políticas fiscales, sociales y de educación. Y de apoyar a aquellas regiones y aquellos grupos que salen perdiendo con el cambio tecnológico y la competencia internacional.

Seguiremos mostrándonos firmes cuando haga falta, pero nunca abogaremos por la política de “comprar solo productos europeos”. Cerrar las puertas a la competencia extranjera es una solución rápida y populista pero, a largo plazo, no hará sino apartar a la industria europea de las cadenas de valor mundiales y de la vanguardia del desarrollo tecnológico. ¿Para qué desarrollar un producto mejor si te basta sencillamente con dejar fuera a la competencia? ¿Para qué invertir en tecnología y en formación si se puede vivir de subsidios y aranceles?

Una UE abierta y orientada al exterior puede convertirse en el destino elegido por talentos e inversiones de todo el mundo. Más de la mitad de las empresas europeas forman ya parte de cadenas de valor mundiales, y casi un 16 % de nuestros productos de primera categoría se exportan a países de todo el mundo. Más que cerrar las puertas a los rivales extranjeros, lo que tenemos que hacer es ayudar a nuestras empresas a ganarles la partida por sus propios méritos, con nuestros puntos fuertes: talento, mano de obra con un buen nivel educativo, tradición innovadora y, por supuesto, nuestro mercado de 500 millones de personas.

Para ello es preciso un nuevo esfuerzo de modernización: cambio tecnológico, integración de productos y servicios, y mayor eficiencia energética. Cuando hablamos de industria, hablamos de personas: obreros, oficinistas, personal de las plantas de producción, de los departamentos de ingeniería, de las oficinas de ventas. Tenemos que invertir en ellos para que tengan las capacidades adecuadas. Y, cuando el cierre de una fábrica es inevitable, no basta con pagar formaciones. Esas personas necesitan un nuevo puesto de trabajo, y muchas no quieren irse a vivir a otro sitio.

Los viejos emplazamientos industriales pueden transformarse, y no solo para construir apartamentos, sino también para crear nuevos puestos de trabajo. Las regiones pueden aprender unas de otras. Duisburgo, en Alemania, es un buen ejemplo: donde estaban las antiguas acereras se sitúan hoy centros de manufacturación y de logística.

La inversión de la UE está ahí para respaldar la transformación en una industria moderna, limpia y próspera. La UE seguirá financiando iniciativas innovadoras, ya se trate de impresión en 3D, de bioplásticos o de nuevos sistemas para reducir el uso de agua… Acabamos por ejemplo de financiar una planta de ecoconstrucción en Almería y una nueva fábrica de papel ecoeficiente en Zaragoza, que crearán más de mil empleos. Las oportunidades están ahí. Para ello seguiremos necesitando inversión, tanto de dentro como de fuera. La apertura ayuda; el proteccionismo, no.

Jyrki Katainen es vicepresidente de la Comisión Europea.

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