‘Selfie’ de fondo
Cuando no entendemos algo, no nos gusta, o no lo haríamos así, automáticamente debe ser eliminado. Y así nos convertimos en burros del gusto
El selfie es muy revelador (cállate, se ha hablado demasiado sobre eso, qué vergüenza, búscate un tema en condiciones, maldita sea, ¿de qué hablarás la semana que viene, de la peseta?).
Bien. El selfie es una costumbre reveladora: es una foto que consiste en ponerse uno delante de cualquier cosa, y que dé igual el fondo, porque lo que tiene que salir enfocado sí o sí es uno. Me piden selfies a la salida de algunos locales —solo porque ven que me hago fotos con otras personas—, y después del click me preguntan sin pudor: “¿Quién eres?”. Me temo que soy el fondo, pienso yo.
Cuando éramos pequeños y decíamos: “Yo y mis amigos fuimos nosedonde”, el maestro nos reñía con un: “El burro delante, para que no se espante” (pobres burros por otra parte, qué fama terrible: imagina por un momento que te llamas Gema y cada vez que alguien es idiota le dicen: estás de un Gema… Ya, volvemos).
El burro delante para que no se espante. Un burro con un palo de selfie en la quijada.
El síndrome selfie se extiende rápido, y resulta que las cosas son buenas o malas según lo que nos gusten, según cómo salgamos en la foto. Cuando no entendemos algo, no nos gusta, o no lo haríamos así, automáticamente debe ser eliminado; la foto está mal porque nosotros estamos mal en ella. Y así nos convertimos en burros del gusto, del criterio. En lugar de cuestionar qué nos incomoda de la novedad, la despreciamos airados. El burro delante sonriendo de espanto, para que no aprenda nunca nada del fondo desenfocado que le decora el cogote.
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