El mundo sin chistes
Están insertos en monólogos cómicos o programas de risa. Exigirles seriedad es convertir el humor en una asamblea política

La serie Dear White People (Querida gente blanca) ni siquiera se ha estrenado, pero ya ha causado escándalo. Miles de personas la odian, y han organizado un boicot contra la plataforma digital que la anuncia. Según los boicoteadores, la serie rezuma racismo inverso. Los más radicales la acusan de incitar al "genocidio contra los blancos".
¿Qué ha hecho Dear White People para despertar esas furias? Contar un chiste. En el tráiler, la protagonista negra, que estudia en una universidad llena de blancos, les recuerda a sus compañeros irónicamente que no es apropiado disfrazarse de afroamericano en Halloween. Luego, salen varios chicos con la cara pintada de marrón. Y ya.
La polémica puede parecer bastante boba, pero discusiones iguales surgen a cada minuto en España. Hace un par de semanas, ardieron las redes cuando Cristina Pedroche apareció en chándal en televisión y dijo que llevaba "el traje regional de Vallecas". Los rabiosos representantes del orgullo nacional vallecano olvidaron que Pedroche es de ese barrio. Woody Allen cuenta chistes de judíos, y no creemos que sea un nazi.
Dani Rovira también fue ampliamente abucheado en Twitter durante la gala de los Goya, cuando se calzó tacones para defender el papel de la mujer en el cine. Era una defensa, pero sus detractores querían otra defensa, más seria y dramática.
Quizá todos estos no sean chistes muy finos, pero son chistes. Están insertos en monólogos cómicos o programas de risa. Exigirles gravedad y seriedad es convertir el humor en una asamblea política. Y precisamente el humor sirve para relativizar los discursos políticos. Para no creer a gurús. Para pensar por nosotros mismos. Una persona sin humor solo sabe pelear. De esas, me temo, ya tenemos demasiadas.
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