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MIRADOR
Columna
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Menos memes

Un tuit del despacho oval puede generar una pandemia de daños y perjuicios, un mundo paralelo y ajeno a la evidencia

Javier Sampedro
Donald Trump en el Despacho Oval el pasado 29 de enero.
Donald Trump en el Despacho Oval el pasado 29 de enero.Jonathan Ernst (REUTERS)

La similitud de las ideas, o al menos de las malas ideas, con los virus biológicos o informáticos es ya un cliché de la sociología. “Se ha hecho viral”, decimos cuando un tuit se propaga como la llama por el matorral seco (aunque “lo ha petado” le está ganando terreno). El evolucionista Richard Dawkins acuñó el término “meme” mucho antes de que Julio Iglesias lo hiciera popular de forma involuntaria. Dawkins razonaba que, si el gen (gene en inglés) era la unidad de transmisión genética, el meme lo sería de la transmisión cultural. La palabra tiene la misma raíz que mimetizar, y quiere enfatizar el carácter pasivo y mimético de la propagación de las ideas, como si el receptor fuera un mero repetidor. La idea de Dawkins se convirtió ella misma en un meme. Perdón, lo petó.

Ahora que del Despacho Oval o de la Trump Tower salen tuits como aguijones balísticos de la posverdad, la metáfora del virus se reviste de matices pardos y umbríos augurios. Un solo meme de esa procedencia puede generar una pandemia de daños y perjuicios que se propaga por el globo sin más ayuda, en efecto, que una cadena de receptores pasivos, de repetidores miméticos. Un solo clic y allá crece un muro, se retiran las inversiones en México, se amenaza a Nueva York, Los Ángeles y Chicago por ayudar a los inmigrantes, se vacía la agencia de protección ambiental (EPA), se niega el cambio climático, se ataca a la prensa y se inventan unos “hechos alternativos”, una nueva realidad, un mundo paralelo y ajeno a la evidencia.

Los virus de verdad, sin embargo, son mucho más sutiles que todo eso. Hace casi 4.000 millones de años, cuando la evolución inventó los virus, tuvo que inventar al mismo tiempo la negociación. De otro modo, nos habríamos extinguido todos en los albores de la Era Arcaica. Un virus que destruye a su huésped es como el escorpión del chiste, que asesina a la rana que le está cruzando el río porque “está en su naturaleza”. Los virus verdaderamente exitosos, los que han logrado llegar a nuestros días, son grandes artistas de la concertación. No matan a su huésped, sino que le fuerzan a adoptar un acuerdo. Tú me dejas integrarme en tu genoma, y yo te ofrezco protección frente a otros virus más intransigentes. Es un caso arquetípico, aunque ni mucho menos único. Los virus llevan 500 millones de años negociando con nuestro genoma, y de esos pactos han emergido algunas de nuestras funciones vitales, como el sistema inmune o la placenta.

Contra los memes, inteligencia viral. A petarlo.

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