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Padres problemáticos

El militar Luis Fernando Cisneros, perseguidor de exiliados políticos argentinos luego exterminados por la Junta Militar.
El militar Luis Fernando Cisneros, perseguidor de exiliados políticos argentinos luego exterminados por la Junta Militar.Carlos Bendezú / Revista Caretas

A VECES sucede que gente con la que coincidimos brevemente y a la que no volveremos a ver nos sorprende con un pensamiento que se nos queda grabado. Desde que en 2010 publiqué un libro acerca de la relación que tuve con mi padre, se me ha acercado mucha gente a contarme su historia. ¿Sabe? Cada padre es un mundo y al final la huella de casi todos se parece –me dijo una vez un viejo de ojos azules en la feria del libro–. Se lo digo yo, que apenas conocí al mío. Dos veces lo visité en la cárcel de Carabanchel y ya me bastaron.

El padre de cisneros defendía la disciplina castrense dentro y fuera de casa. A renato lo castigaba hasta por no sacar la máxima nota en un examen.

Hace dos años, el gran ensayista italiano Massimo Recalcati publicó en España El complejo de Telémaco (Anagrama), donde oponía al archiconocido y freudiano complejo de Edipo (el del hijo que busca destruir la autoridad del padre) el que él bautiza como complejo de Telémaco, a saber, el del hijo que persigue lo contrario: restaurar la autoridad paterna. Telémaco –recordemos– es el hijo de Ulises que en la Odisea homérica se consume en la espera del padre desaparecido tras la guerra de Troya, mientras que Edipo –igualmente en la Odisea, pero sobre todo en las tres tragedias homónimas de Sófocles– es el hijo del rey de Tebas que, sin conocer su relación filial con ellos, mata a su padre y yace luego con su madre. Recalcati, en su libro, se sirve de la figura de Telémaco para analizar la pérdida de autoridad paterna en la sociedad contemporánea: padres cómplices, padres ausentes, padres superados por el empuje de los tiempos, padres sin ascendente, alejados del rol tradicional. Más allá de ese propósito, que encara –hay que subrayarlo– sin añoranza, su distinción entre Telémaco y Edipo ­condensa los dos extremos entre los que orbita, diríamos, la relación padre/hijo.

Renato Cisneros, el escritor peruano que relata en el libro \'La distancia que nos separa\' la historia de su padre, el militar Luis Fernando Cisneros, con quien aparece de niño en la piscina. / ALFONSO VARGAS SAITUA

Los hijos llegamos tarde a la vida de nuestros padres y tardamos aún más tiempo en darnos cuenta de ello. Los padres, por cercanos que sean, siempre representan un misterio. No los conocemos nunca del todo porque los convertimos en materia de reflexión cuando ya han hecho gran parte del recorrido vital que los singulariza. Nos cuentan historias acerca de su vida, pero las historias son eso, historias, un relato justificativo trazado a la medida de sus carencias y sueños incumplidos, de sus plenitudes y metas logradas, y lo que el hijo necesita es armar su propio relato, un relato independiente que lo ayude en su necesario camino de emancipación. No nos engañemos: necesita emanciparse el hijo que ha tenido un padre severo, poco dado a la negociación, y necesita emanciparse el hijo que lo ha tenido permisivo y superprotector. Necesita emanciparse Telémaco y necesita emanciparse Edipo.

De padres severos sabe bastante el escritor peruano Renato Cisneros (Lima, 1976), que acaba de publicar en Planeta La distancia que nos separa, un libro autobiográfico, tan perturbador como bien escrito, que ya fue publicado con gran éxito en su país. El padre de Cisneros, Luis Federico Cisneros, apodado El Gaucho Cisneros, fue un militar peruano educado en la misma academia –el Colegio Militar de la Nación– donde estudiaron los monstruos de la Junta argentina que, con Videla a la cabeza, hicieron del asesinato y la tortura masivos un instrumento de dominación política del país en los años setenta.

HISHAM MATAR PROMOVIÓ DURANTE 20 AÑOS CAMPAÑAS INTERNACIONALES A FAVOR dE SU PADRE. CUANDO PUDO VOLVER A LIBIA, NO HALLÓ NI EL CADÁVER.

Cisneros padre, el gaucho, no solo fue amigo de todos ellos, no solo les dio amparo y justificó sus crímenes, sino que, cuando en la dictadura de Morales Bermúdez ocupó la cartera de Ministro del Interior de Perú, colaboró con sus viejos compañeros de academia entregándoles exiliados argentinos que, como el montonero Carlos Alberto Maguid, desaparecieron en los célebres vuelos de la muerte o fueron torturados. Él  mismo, como ministro del Interior, ordenó el secuestro de opositores y fue responsable de una política represiva con sus compatriotas que, si no llegó a los extremos de villanía de la Junta argentina, se debió a razones ajenas a su voluntad, que probablemente tienen más que ver con la idiosincrasia de Perú en ese momento. De hecho, cuando a comienzos de los ochenta repitió en el Gobierno democrático de Belaúnde como ministro, esta vez de la Guerra, defendió frente al terror primigenio de Sendero Luminoso medidas muy similares a las de sus pares argentinos.

Fotografía de joven de Jaballa Matar, un militar libio que en 1990 fue secuestrado y torturado por oponerse al régimen de Gadafi.

¿Qué hace un hijo sensible con semejante herencia? Renato Cisneros se enteró de la verdadera personalidad de su padre después de que este hubiera fallecido. La respuesta a la pregunta de qué habría hecho de haberla conocido antes tal vez no la sepa ni él. Por eso, el único recurso para exorcizar el drama era contarlo. Su padre, defensor de la disciplina castrense dentro y fuera de casa, le aplicaba castigos incluso por no sacar la máxima nota en un examen, y sin embargo, durante su infancia, a él no le molestaba tanto esa rigidez como el inaccesible laconismo con que la adornaba o el hecho de que fuera un padre mayor. Se avergonzaba de su aspecto anticuado de abuelo, pero al mismo tiempo se envanecía del respeto que infundía en otros y se conmovía, agradecido, con las demostraciones de áspero cariño que también le prodigaba. Esas oscilaciones del afecto son propias de cualquier hijo que está creciendo aunque cuente con padres perfectos, si es que tal cosa es posible. Y, por lo mismo, que tu padre sea un general odiado por muchos no las vuelve más agudas. En infinidad de casos, el tortuoso camino hacia la independencia filial arranca con el descubrimiento de una mentira o una ocultación. En el suyo fue el descubrimiento de que las dos bodas que sus padres decían haber celebrado eran falsas. Luego vendría el descubrimiento de una historia familiar marcada por las uniones ilegítimas de tres generaciones de sus ancestros, y más tarde, las fotos con Videla y, con estas, el peliagudo historial político de su padre.

Su hijo Hisham, con nacionalidad británica, cuenta en su libro 'El regreso' cómo volvió a Libia para buscar infructuosamente al padre.

Hoy día, Renato Cisneros vive en Madrid dedicado a escribir, después de haber abandonado una exitosa carrera como periodista de televisión y radio en su país. Será sugestión, pero lo cierto es que, si uno ha leído su libro, es imposible no pensar que en sus discretas maneras, en su tono mesurado, junto al alivio de haberse atrevido a contar, se agazapa una doble melancolía: vergüenza por una herencia de la que reniega y a la vez un estigma más arduo de acotar. Durante una cena que compartimos con otros escritores, a la hora de describir su libro, aparentemente no tuvo reparos en calificar a su padre de represor y torturador. ¿Cuál es el precio anímico de decir eso de tu propio padre aunque sea verdad? Uno imagina que, en ese diálogo constante que los hijos mantenemos con nuestros padres muertos, Renato Cisneros se ha puesto, con razón, las cosas difíciles.

En la posición opuesta, si bien con una dosis equiparable de melancolía, se encuentra el escritor británico de origen libio Hisham Matar (Nueva York, 1970), de quien casualmente Salamandra publica en este mismo mes de enero El regreso, unas memorias en carne viva, bellas y conmovedoras hasta el enojo, sobre su peripecia vital a raíz de la desaparición de su padre, un militar opositor al régimen de Gadafi que fue secuestrado en 1990 en Egipto, donde se hallaba exiliado, y encarcelado en la terrible prisión de Abu Salim, de la que jamás salió. Si Renato Cisneros es el hijo que, como Edipo, se opone al padre y se construye en su contra, Hisham Matar es el hijo que, como Telémaco, debe aprender a madurar y hacerse hombre ante el espejo de su ausencia. Peor que eso.

El padre de Matar fue un héroe a la manera clásica, alguien que puso en riesgo todo lo que tenía para combatir una tiranía.

“Bien quisiera ser hijo de un padre feliz al que la vejez hallara disfrutando en mitad de sus propias haciendas, mas mi padre es el más desdichado de los hombres”, exclama el Telémaco de Homero en el Canto I de la Odisea cuando la diosa Atenea disfrazada le asegura que su padre está con vida y lo exhorta a salir en su busca. Al menos la espera de Telémaco tuvo fin; la de Hisham Matar, en cambio, no lo tendrá nunca. Físicamente se prolongó durante 20 años: hasta la caída de Gadafi, cuando, después de haber promovido campañas internacionales reclamando la liberación de su padre, regresó en su busca a Libia durante la revolución de 2011 y, tras entrevistarse con compañeros suyos de cautiverio, pese a la ausencia de un cadáver al que llorar, tuvo que aceptar su propia condición de huérfano. Espiritualmente es otra cosa. Él lo expresa así en su libro: “A diferencia de Telémaco, después de 25 años continúo soportando la muerte desconocida y el silencio de mi padre. Envidio el carácter definitivo de los funerales. Anhelo la certeza. ¿Cómo será eso de sostener los huesos en tus propias manos, elegir cómo colocarlos, poder tocar el trozo de tierra y rezar una oración?”.

El padre de Matar fue un héroe a la manera clásica, alguien que puso en riesgo todo lo que tenía para combatir una tiranía, y por supuesto es más fácil convivir con el recuerdo de un héroe que de un villano; nadie puede dudarlo. Ocurre, no obstante, que los hijos no necesitan héroes, sino padres. Una cosa es el recuerdo hecho memoria irrevocable y otra cosa es un niño que contempla en vida cómo las acciones de su padre lo alejan de él y amenazan con apartarlo para siempre. Ese temor premonitorio lo tuvo Matar cuando su padre, antes de su secuestro, organizaba incursiones armadas desde el Chad para derrocar a Gadafi. No se limitó a tenerlo, fue el causante de sus primeras rebeldías: “Él siempre me había parecido la quintaesencia de lo que significa ser independiente. Eso, junto con su destino no resuelto, ha complicado mi propia independencia. Necesitamos un padre contra el que rebelarnos. Cuando el padre no está ni vivo ni muerto, cuando es un fantasma, la voluntad es impotente. Soy el hijo de un hombre inusual, quizá incluso de un gran hombre. Y cuando, como la mayoría de los niños, me rebelé contra estas primeras percepciones de él, lo hice porque temía las consecuencias de sus convicciones, necesitaba desesperadamente desviarlo de su camino”.

Jaballa Matar se había exiliado en Egipto, pero agentes del régimen de Gadafi le secuestraron y le llevaron de vuelta a su país.

Cualquier relación paternofilial está cuajada de sentimientos encontrados, da igual que transcurra en entornos seguros, en el seno de familias pacíficas y convencionales. Así lo demuestra la extensa literatura sobre el padre, que, como todos los géneros asociados a la autoficción, está viviendo en los últimos años un auge extraordinario. ¿Qué es un padre al fin y al cabo para un hijo? Entre otras muchas cosas, alguien a quien primero se imita y de quien luego queremos alejarnos, y el problema radica en que tanto al obedecer al primer impulso como al segundo cometemos injusticias. Como todo campo de juego donde participan el amor y el dolor, es un asunto de matices y de subjetividades enfrentadas, de padres que no pueden ser perfectos, aunque lo quieran, y de hijos que anhelan un modelo que seguir con la misma ferocidad con la que se lanzan a la vida. En el fondo, el conflicto frente al padre es el mismo conflicto que sentimos ante la realidad cuando los cuentos infantiles se derrumban y descubrimos, aterrados, que en la vida no necesariamente ganan los buenos. Después, con el discurrir de los años, todo se acomoda y tendemos a buscar explicación incluso para lo que no la tiene, pero hay una larga época durante la cual podemos ser Telémaco y Edipo a un tiempo.

Luis Fernando Cisneros (abajo) fue dos veces ministro del Interior en Perú y él mismo dirigió personalmente la represión de la disidencia política.

En las páginas finales de su libro, Renato Cisneros hace una declaración frente a la que no es fácil posicionarse: “Del mismo modo que hay incomodidad y dolor en el relato de los hijos de los perseguidos, los deportados, los desaparecidos, cuyas historias sintetizan la frustración e indefensión de millones y activan una rebeldía colectiva ante la impunidad, también hay incomodidad y dolor en el relato del hijo de un militar represor que hizo aseveraciones telúricas y no tuvo reparos en ordenar el encarcelamiento o el secuestro de gente que después contaría su historia con la dosis de heroicidad que corresponde”. Cuando le pregunto a Hisham Matar por correo electrónico su opinión al respecto, se escabulle recordándome que no estamos en el territorio de la vida, sino en el de la literatura: “La carga de cualquier hijo es compleja y digna de meditación. Lo que más me interesa, sin embargo, es lo que podríamos llamar el tercer efecto del arte, el cual es independiente del tema de la obra y de su creador. Por ejemplo, no puede decirse que mi libro sea una representación de la relación entre mi padre y yo, aunque de una manera vaga e inescrutable capture elementos de esa relación como su silencio y su velocidad. De lo que trata en definitiva es de algo más, muy distinto de todo eso”.

Tal vez del simple hecho de ser hijo.

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