La toma de posesión de Trump
Los europeos tenemos motivos para estar preocupados por la política del nuevo presidente de EE UU
La toma de posesión del 45º presidente de Estados Unidos no puede hacernos olvidar que Donald Trump no debe su elección al voto popular, sino a una particularidad del escrutinio norteamericano: Hillary Clinton obtuvo dos millones y pico más de votos, pero un escaso margen de 11.000 votos repartidos en tres Estados le dieron el triunfo a él. Así se explica sin duda el récord de impopularidad del nuevo presidente, que acaba de instalarse en la Casa Blanca en minoría.
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Puede que a la mayoría de los norteamericanos le preocupe comprobar que el areópago que rodea al nuevo mandatario recuerda al consejo de administración de Goldman Sachs. ¿Será ya una influencia de Vladímir Putin? Lo cierto es que, por el número de millonarios que lo componen, el Gobierno de Donald Trump es un equipo de oligarcas.
En cuanto a nosotros, los europeos, tenemos motivos para estar más preocupados aún. Las declaraciones del nuevo presidente sugieren en efecto que estamos viviendo un noviembre de 1989 al revés. Antaño, una doble política de “contención” del imperio soviético y “desarrollo” ‒cuyo efecto contagio fue decisivo‒ hizo posible la derrota de la URSS. El mundo tal y como había sido organizado tras la Segunda Guerra Mundial descansaba en dos pilares: el librecambio y la seguridad colectiva. Donald Trump, cuya doctrina es proteccionista y aislacionista, pone en tela de juicio los dos. Por una parte, ha declarado que quiere revisar los acuerdos comerciales, especialmente en el continente americano y en Asia, a riesgo de desencadenar sendas guerras comerciales; por otra, ha declarado que la OTAN está “obsoleta”. Y, mientras Vladímir Putin enseña los dientes en las fronteras de la Unión Europea, a él parece traerle sin cuidado.
Desde un punto de vista estadounidense, Putin es una cuestión secundaria: Rusia es una potencia mediana. Ciertamente, puede crear dificultades a Estados Unidos, pero solo en la periferia. Como en Siria, por ejemplo. La estrategia norteamericana de repliegue iniciada por Barack Obama le ha facilitado la tarea. China es la única potencia que puede rivalizar con Estados Unidos, y será, ya lo es, la única obsesión de la América de Trump.
Trump tiene elementos discursivos propios de los partidos populistas y extremistas que tienen como doctrina común su hostilidad a la construcción europea
En cambio, Vladímir Putin es una cuestión delicada, incluso una amenaza, para Europa y solo para ella. Pues el presidente ruso se ha fijado como objetivo debilitar a la Unión Europea para restablecer la tutela que la URSS ejercía sobre el Este del continente, a expensas de unos países que hoy son miembros de la UE y de la OTAN. Y se diría que Donald Trump comparte ese mismo objetivo: debilitar a Europa.
De hecho, la inspiración de Donald Trump en cuestiones europeas es Nigel Farage, expresidente del UKIP y punta de lanza de la campaña a favor del Brexit, cuyo objetivo político es ahora conseguir el desmantelamiento de la Unión. Así se explican el pronóstico formulado por Donald Trump sobre la próxima muerte de Europa y también su tono antialemán. En el nuevo presidente norteamericano están presentes los elementos discursivos de todos los partidos populistas y extremistas que tienen como doctrina común su hostilidad a la construcción europea. Así pues, Europa se encuentra amenazada desde el Este y desde el Oeste.
Hay que añadir la adhesión sin condiciones ‒habría que decir la “rendición”‒ del nuevo Gobierno británico a este combate antieuropeo: Theresa May se ha situado de inmediato en la estala de Donald Trump, lo que la conduce a optar por un Brexit “duro”, es decir, con una salida del mercado único y de la unión aduanera aderezadas por la promesa de convertir a Gran Bretaña en un enorme paraíso fiscal a las puertas del Viejo Continente.
Esta combinación de circunstancias negativas sobreviene en un momento particularmente delicado de la vida de la Unión Europea, paralizada o casi por la preparación de las próximas elecciones francesas y, luego, alemanas, los dos países sin cuyo acuerdo no existe la Unión Europea.
No obstante, para intentar convencerse de que lo peor nunca es seguro, el inventario de divergencias expresadas por los cargos recién nombrados por el presidente norteamericano pueden ayudarnos: Rex Tillerson, futuro secretario de Estado y expresidente del gigante petrolero Exxon, asegura que apoya el tratado transpacífico que el presidente ha prometido desmantelar; promete una diplomacia de la disuasión con respecto a Rusia, mientras que Donald Trump evoca la retirada pura y dura de las sanciones económicas aprobadas tras la invasión de Crimea. Tanto el actual director de la CIA como el próximo, Mike Pompeo, han puesto en guardia al presidente norteamericano sobre el peligro que, en su opinión, representa la afición del mandatario a las declaraciones intempestivas. En cuanto a James Mattis, consejero de Seguridad, estima “importante reconocer” que Vladímir Putin intenta “desmantelar” la OTAN. La lista no es exhaustiva.
Jean-Marie Colombani fue director de Le Monde.
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