La paradoja de Trump
Su victoria ha sido posible gracias a los mismos derechos que amenaza
La democracia proporciona el medio natural para la protección y la realización efectiva de los derechos humanos. Sin embargo, este sistema democrático está resultando ser un trampolín para los defensores de discursos y políticas que poco tienen que ver con los valores democráticos y, desde luego, nada con los derechos humanos. La elección como 45º Presidente de Estados Unidos de Donald Trump representa a la perfección este conflicto de intereses al que nos enfrentamos en pleno siglo XXI, ¿o acaso hubiera podido alcanzar Trump la victoria si su país no fuera uno de los principales baluartes de la democracia y la libertad de expresión?
Entre Barack Obama y Donald Trump, sin duda y hasta ahora, la diferencia es el discurso. El tono del nuevo Presidente representa la mayor preocupación y amenaza para la defensa y respeto de los derechos humanos en el país de Lincoln. Las palabras de Trump a lo largo de su campaña electoral, en twitter y en sus últimas comparecencias públicas representan -desde un enfoque de derechos- una clara expresión de odio hacia los colectivos más vulnerables, hacia aquellos que se encuentran especialmente protegidos por los derechos humanos, aquellos que la historia de las civilizaciones sitúa en el lado las víctimas inocentes de la pobreza y la violencia.
En su carrera presidencial, el candidato republicano no ha dejado en el tintero ningún insulto, desprecio y amenaza hacia musulmanes, homosexuales, mujeres, discapacitados, extranjeros o negros. Un discurso que, por insólito, no fue tomado en serio y responde más al perfil de un líder totalitario que al del representante de una democracia que dice haber aprendido las lecciones de la Segunda Guerra Mundial y del genocidio nazi.
Ha sido el uso del derecho a la libertad de expresión, de una forma absoluta y sin límites, el que ha encumbrado a Donald Trump hasta la Casa Blanca. Paradójicamente, es exactamente este derecho fundamental el más amenazado con su mandato, un derecho clave dentro de las democracias que no solo sirve para promover los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales sino, también para hacer valer muchas de las libertades de la que presume Estados Unidos.
La libertad de información, de movimiento, de reunión, de manifestación, de asociación o de pensamiento no son posibles sin libertad de expresión. La democracia no es posible sin estas libertades y estas libertades no tienen sentido si no se pueden ejercer por todos los miembros de una sociedad independientemente de su raza, su origen, su género, su orientación, sus creencias religiosas o su posición social. Ese es el vínculo entre democracia y derechos humanos, un vínculo sin el cual las democracias tan solo son carcasas que esconden totalitarismos.
Barack Obama quiere pasar a la historia como un defensor de las libertades y los derechos de los colectivos más vulnerables dentro de las sociedades occidentales, y Donald Trump parece querer hacerlo como su antítesis. El discurso del Presidente entrante representa todo lo contrario al de su predecesor, es el anti-Obama. Sin embargo, en estos ochos años de mandato, Obama no ha cerrado Guantánamo, ha autorizado que se bombardee Yemen, la venta de armas que luego son utilizadas contra la población civil (también en Siria), la realización de asesinatos extrajudiciales, el no enjuiciamiento a agentes de la CIA acusados de tortura, la actividad de empresas cuyas prácticas expolian y agreden a las comunidades indígenas y a los defensores de los derechos medioambientales, ha negociado el TTIP… Y así, una larga lista de violaciones de derechos en todo el mundo de los que nadie ha hablado al analizar el resultado electoral, a pesar de estar detrás de la decepción y desmovilización de una buena parte del electorado demócrata a la candidatura de Hillary Clinton.
A diferencia de Obama, Donald Trump ha reconocido públicamente que su política va a sacar del armario todas estas prácticas contrarias a las convenciones de derechos humanos y las va a “mejorar” en aras de la recuperación del sueño americano. Su promesa es tomárselo en serio, hacerlo a cara descubierta y en confrontación abiertamente bélica si a su juicio fuese necesario. Para acompañarle en esta labor ha nombrado un gabinete cuya hoja de servicio está repleta de incidentes referidos a programas de detenciones secretas y torturas de la CIA, discriminación y restricciones de los derechos de los musulmanes y la población extranjera, estrechas relaciones comerciales con gobiernos represivos, contribuciones activas para que no se permitiera el matrimonio entre personas del mismo sexo y el reconocimiento de los derechos de las personas trans.
La libertad de expresión sirve de cortafuegos para denunciar y luchar contra los abusos y violaciones de derechos humanos, por eso es más que previsible la cruzada que Trump va a emprender contra quienes la ejerzan a través de informaciones, manifestaciones y expresión pública de ideas, lo hagan a título individual o en nombre de una organización. Hay un antecedente reciente que le puede servir de guía e inspiración, la política de Vladimir Putín en su propia Federación para reprimir cualquier atisbo de oposición. Para ello, Rusia no ha contado con el apoyo de Obama y en esta ocasión, las tornas pueden cambiar.
Trump perdió en voto popular, por eso la libertad es lo primero que tratará de amedrantar. De hecho, no ha dejado de hacerlo, ahora tiene el poder de ordenarlo.
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