‘La sirenita’ | Ahora toca ‘bañito ’
Me encanta cuando mi hija juega en la bañera. Pero esta situación idílica no está exenta de peligro


A los niños, como a muchos perros y algunos autónomos, no les gusta bañarse. Intentan esquivar ese momento escondiéndose bajo los cojines del sofá o usando excusas históricas como “en la Edad Media hasta los Reyes solo se bañaban un día al año”.
Pero hasta que lleguen esos años de rebeldía acuática, los padres primerizos aún podemos disfrutar de un momento de calma con nuestros retoños cuando llega el bañito precena.
Para que no me pongáis a caldo en los comentarios, ya aviso de que aquí generalizo y tiro del tópico, pero creo que mientras vosotras bañáis con ilusión perpetua, a los hombres nos abruma y nos inquieta todo el proceso del antes y el después.
Igual que desayunamos insanos y azucarados cereales para ahorrarnos pelar fruta fresca a las 7 de la mañana, habrá noches donde, para no hacer todo el ritual de desvestir, remojar, aclarar, secar y vestir con pijama sin que se enfríen o resbalen los críos, oleremos a nuestros hijos con actitud de perfumista profesional y soltaremos esa frase de “puede aguantar hasta mañana. Total ya lo bañamos ayer. Y así no se le gasta tanto el PH neutro”.
Me encanta cuando mi hija juega con patitos y ranitas de plástico en la bañera con una alegría y vitalidad digna de una criatura de anuncio. Pero esta situación idílica no está exenta de peligros.
Mi mente protectora imagina que la niña puede resbalar y ahogarse un poco, tragarse una ranita de plástico, sentir un frío súbito, intentar coger el calefactor para remediarlo y quedar como una parrillada, golpearse con el borde de la bañera que ya vamos tapando con protectores de plástico que ella no para de arrancar, o que la típica Gillette que dejamos en un estante alto haya caído a la bañera y ella decida empezar a depilarse con año y medio.
Cada vez que toca baño acabo más tenso que un jefe de los Geos revisando las alcantarillas de la ciudad cuando toca cumbre del G8.
Además, no podemos olvidar una de las fuentes de discusión clásica entre progenitores: la temperatura del agua. No solo tienes que convertir al termómetro en tu mejor aliado antigritos, sino que toca recordar que el agua de aclarado también tiene que estar a la temperatura perfecta.
Mientras los niños no hablen y puedan decirte si el agua quema o los congela, tu bañera es un misterio como el gato de Schrödinger: está fría y caliente a la vez dependiendo de quién baña y quién vigila cual gárgola controladora.
Y eso sin contar con que si nos tomamos el proceso con calma, al final la niña tarda tanto como un adolescente que se arregla para salir de fiesta pero sin que la bañera quede llena de pelos largos.
Pero cuando todo sale bien, nuestra sirenita feliz cena feliz y duerme feliz. Y después nosotros recogemos el cuarto de baño, felices pero pensando “mañana le tiro un poco de Nenuco y convalida como bañito”.
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