El desarrollo infantil es cuestión de adultos
La influencia de la situación socioeconómica en el desarrollo cognitivo infantil se observa desde muy temprano y ha sido documentada en múltiples investigaciones en América Latina
Al momento de cumplir los seis años de edad, un niño que vive en situación de pobreza en Ecuador, tiene un vocabulario equivalente al de uno de 4 que no viva en la pobreza. Datos parecidos se han documentado en Nicaragua y en Perú. En Bogotá, incluso antes de los 18 meses de edad, ya se muestran estas brechas en las áreas de cognición y lenguaje expresivo entre los niños de esta ciudad colombiana.
La influencia de la situación socioeconómica en el desarrollo cognitivo infantil se observa desde muy temprano y ha sido documentada en múltiples investigaciones en América Latina. Esto quiere decir que los niños que viven en situación de pobreza muestran, desde los primeros años de vida, peores resultados en diferentes áreas de desarrollo cognitivo en relación con los de sus pares más ricos.
¿Qué implica esta realidad?
Cuando entran a la escuela, los niños de hogares pobres acarrean una desventaja en sus habilidades de lenguaje y cognitivas que afecta su capacidad de aprender al mismo ritmo que sus compañeros y de desarrollar todo su potencial. Los estudios disponibles sugieren que estas brechas no se cierran con el tiempo. ¿El resultado? Las trayectorias educativas pueden llegar a definirse desde los primeros años de la vida: los niños que viven en situación de pobreza tienen limitadas posibilidades de aprender y desarrollarse. Se mantiene así la desigualdad de oportunidades inter generacionalmente.
¿Qué puede hacer la política pública para revertir esta situación?
Es posible pensar en dos rutas complementarias. La primera consiste en invertir en los adultos que se encargan de atender a los niños, tanto en el hogar como en los centros de cuidado infantil. El objeto de estas intervenciones es cambiar los comportamientos de los cuidadores de los niños, ya sean padres, abuelos o personal no especializado, para impulsar las oportunidades de aprendizaje por medio del juego, ofrecer un entorno rico en lenguaje y promover el desarrollo psicosocial de los niños a su cargo.
Esto se logra a través del trabajo sistemático con los padres y cuidadores de niños pequeños. No es tarea fácil pues se trata de cambiar hábitos, percepciones y comportamientos de manera que se produzcan más y mejores interacciones entre el niño y el adulto a su cargo. La evidencia sobre programas piloto de trabajo con familias y los resultados más recientes de experiencias a escalas más grandes son alentadoras con respecto a la efectividad de este tipo de programas.
La segunda ruta consiste en trabajar con los maestros del primer nivel del sistema educativo con el objetivo de desarrollar las competencias necesarias para identificar oportunamente y apoyar con efectividad a aquellos niños que llegan a las aulas en situación de desventaja con respecto a sus niveles de desarrollo.
Diversos estudios sugieren que un buen maestro en los primeros años del sistema escolar puede jugar un papel fundamental para cerrar las brechas en el aprendizaje. De ahí la recomendación de invertir en los maestros encargados de los primeros años de la escuela para que sean capaces de ofrecer experiencias educativas de calidad, a través de un estilo de enseñanza receptivo.
Estas dos rutas para cerrar las brechas del desarrollo en la primera infancia pasan por invertir en los adultos que se encargan de la atención, cuidado, protección y enseñanza de los niños. En otras palabras, el desarrollo infantil es también una cuestión de adultos.
María Caridad Araujo es economista líder en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo.
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