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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un entorno vigilante

La persistencia de la violencia de género obliga a revisar la prevención

Manifestación contra la violenica machista tras el asesinato de 
 Ana María Enjamio en Vigo.
Manifestación contra la violenica machista tras el asesinato de Ana María Enjamio en Vigo. Lavandeira jr (EFE)

Tres mujeres —de 25, 30 y 44 años— han perdido la vida este fin de semana, asesinadas por sus parejas o exparejas. Ninguna de ellas figuraba entre las 36.079 que durante el tercer trimestre de este año presentaron denuncia por malos tratos. Con ellas son ya 43 las que han sido víctimas mortales de un crimen machista en lo que llevamos de año, lo que muestra lo enquistado que está el problema de la violencia de género en la sociedad. De las 43 asesinadas, solo 26 habían presentado denuncia y solo 16 tenían alguna medida de protección, que de todos modos fue insuficiente.

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Dentro del desastre que dibujan las cifras, los últimos datos publicados por el Observatorio de Violencia Doméstica del Consejo General del Poder Judicial apuntan algunos cambios significativos. Por ejemplo, el aumento del 14% en el número de denuncias por malos tratos: entre junio y septiembre se presentaron 38.402 frente a las 33.705 del mismo trimestre de 2015, lo que representa 426 denuncias diarias. Ello hace albergar la esperanza de que algo está cambiando, al menos en el ámbito de la concienciación social. El aumento de las denuncias indica que más mujeres maltratadas han reunido la fuerza suficiente para pedir ayuda o que el entorno ha decidido actuar en su defensa. También es significativo el incremento de las penas: de las 10.570 sentencias dictadas, 7.344 han sido condenatorias, lo que representa un 5% más.

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Las cifras globales son tremendas y expresan una enorme carga de sufrimiento, pero no hay que olvidar que solo representan una parte, no sabemos cuánta, de un fenómeno mucho más extenso de lo que las estadísticas indican. El gran desafío es actuar cuando todavía se está a tiempo. Es preciso diseñar un nuevo sistema de prevención activa y aplicar medidas más eficaces de protección. Ese debe ser el objetivo prioritario del acuerdo que las fuerzas políticas han de adoptar para revertir la actual situación.

Pero también es preciso insistir en que no se trata de un problema de las mujeres que lo sufren, sino de toda la sociedad. Y actuar en consecuencia. El constante goteo de crímenes y el aumento de las denuncias debe llevarnos a pensar que es muy posible que alguna mujer de nuestro entorno esté en peligro, y que es posible que no se atreva a confesarlo por miedo o vergüenza. Por mucho que los maltratadores sean perfectamente capaces de aparecer como parejas modélicas ante los demás, la violencia suele dejar signos, al menos en el entorno más próximo a la víctima.

Es importante tomar conciencia de que la relación de dominación que implica la violencia doméstica deja a muchas de las mujeres que la sufren sin capacidad para intentar siquiera defenderse. De ahí la necesidad de que haya un entorno vigilante capaz de actuar en su defensa en cuanto aparezcan indicios de malos tratos. Necesitamos una sociedad más comprometida y menos tolerante con las expresiones cotidianas de machismo o de menosprecio hacia las mujeres, porque son el caldo de cultivo para que la violencia extrema produzca sus amargos frutos. Y hay que adoptar los cambios necesarios para garantizar que las instituciones respondan con eficacia.

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