Muertos vivos
Lo más leído en EL PAÍS del pasado viernes fue la información sobre la muerte de "Miliki", que falleció en 2012
Estoy harta de entender. Primero hubo que entender a los británicos que votaron a favor del Brexit; después, al 60% de los colombianos que decidieron no votar en el plebiscito por el acuerdo de paz y a los que decidieron votar por el no; después, a los norteamericanos que votaron por Trump. No tengo ganas de entender. Prefiero pensar en otras cosas. Como en el fascinante error en la Matrix que se deslizó en la portada de EL PAÍS el viernes 4 de noviembre. La nota más leída de ese día fue “Fallece Miliki, el payaso de varias generaciones”. Al entrar al artículo, aparecía esta leyenda: “Si has llegado a esta noticia en 2016 a través de redes y buscadores, que sepas que es antigua”. La noticia había empezado a circular el día anterior en Facebook sin que hubiera motivo claro, y el viernes “se había colado entre los cinco temas más leídos de EL PAÍS. Y eso a pesar de que [Miliki] falleció en noviembre de 2012”. ¿Por qué miles de usuarios de Facebook, como castores que empujan leños para construir su nido, arrastraron hasta la superficie a Miliki, muerto cuatro años ha? El otro día encontré, en el armario del baño, un pote de crema que había sido de mi madre, que está muerta. Empecé a abrirlo como si estuviera desactivando una bomba, ¿y si conservaba la huella de sus dedos? ¿Y si el rastro fósil de mi madre llevaba años viviendo en ese armario? ¿Qué sucedería si me topaba con ese resto arqueológico brutal? Levanté la tapa rezando el poema de Gonzalo Millán: “Mami, / la próxima vez / no manches por favor / mi cepillo de dientes / con sangre”. La crema estaba intacta. Pero, al cerrarla, me llegó a traición el olor de mi madre. Cerré el pote con sobresalto, como si contuviera algo malo y sagrado. Mientras los países retroceden envueltos en caparazones de tortugas viejas pienso en la vida de los muertos. Más ardiente, más intensa, más osada que la de los muertos vivos.
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