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Aristocrazy, la joya de la familia

Retrato de Juan Suárez, director ejecutivo de Aristocrazy.

TODAVÍA HAY oficios que pasan de padres a hijos adaptándose a los tiempos que les ha tocado vivir. Otra cosa es que funcionen. Con éxito. Tanto como para “matar al padre”, como diría (metafóricamente) un psicoanalista. Juan Suárez (Madrid, 1984) puede dar cuenta ello. Hijo de Benito Suárez –y sobrino de Emiliano Suárez de la Villa–, el joven empresario es la joya de la familia. Junto a sus hermanos Emiliano y Gabriel, Juan se ha erigido como el motor del cambio del grupo Suárez, santo y seña de la joyería española desde hace casi 75 años. Sucedió a finales de 2009, tras sumar un máster en gemología a sus estudios de Empresariales y vislumbrar una nueva etiqueta que aunase el venerable oficio de la orfebrería con el fragor de las últimas tendencias. “Supimos ver un hueco entre la bisutería de diseño y la joyería accesible. La primera tiene mucho de moda, pero escasa calidad, y la segunda, todo lo contrario. Así que pensamos en darle una vuelta. Y, en lugar de contar con diseñadores de joyas al uso, fichamos a jóvenes creadores”, explica el joven Suárez, director ejecutivo de la compañía.

Uno de los paneles en las oficinas de Aristocrazy. En la segunda foto, joyas de la firma de joyería. GIANFRANCO TRIPODO

Nacía entonces Aristocrazy, la marca llamada a revolucionar un sector especialmente vapuleado por la crisis. El grupo Suárez no revela oficialmente sus cifras, pero tampoco oculta que su enseña va viento en popa en un momento incierto: en 2014 dobló sus ventas y en 2015 también subió más de un 30%. Con cerca de un centenar de puntos de venta en todo el mundo, Aristocrazy ya se ha hecho mayor. Tanto como para independizarse de la casa madre y tener su propio cuartel general en el madrileño barrio de Salamanca. La atmósfera aquí es casi eléctrica. A un lado están los creativos que dan forma a la línea de relojes; a continuación, el área donde las diseñadoras dibujan a mano alzada esos anillos, collares o pulseras que lucirá una consumidora eminentemente joven. Llama la atención la mesa de los artesanos, esas manos expertas que materializan en moldes de cera las fantasías del equipo creativo. “Es verdad que trabajando solo con artesanos te limita mucho. Por eso hay piezas que desarrollamos de manera tecnológica, porque avanzamos más deprisa”, explica el empresario.

Un miembro del equipo de Aristocrazy dibuja un boceto de un anillo.

Los moodboards (esos paneles repletos de dibujos, fotografías y hasta retales donde se alumbra una colección) se reproducen por todos los sitios. Todo es susceptible de convertirse en fuente de inspiración. “Desde una foto que hemos visto en Instagram hasta la propuesta de un diseñador de moda o un viaje a Berlín”. Un no perder ripio, que se dice, con el que la firma ha marcado algunos de sus goles más aclamados, como esas campañas internacionales fotografiadas por estrellas del street style como Scott Schuman o Tommy Ton, sus alianzas con estrellas de las redes sociales (Bryan Boy, Pelayo Díaz, Lovely Pepa) o sus incursiones en la pasarela. Con todo, la marca no olvida lo que es el contacto directo, como demuestra su particular política de trabajo: todo nuevo empleado debe pasar al menos un día en alguna de las tiendas. “Es donde suceden las cosas”, añade Suárez, que recuerda que fue precisamente la clientela la que aupó a la categoría de símbolo de la casa la serpiente que aparecía en un anillo de Sauvage, la colección con la que Aristocrazy debutó.

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