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Tribuna
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Una nueva revolución en Cuba

La muerte de Fidel Castro plantea ahora el dilema entre una transición ordenada sin revancha o un colapso que generaría violencia, impediría la reconstrucción y provocaría la migración de millones de cubanos

NICOLÁS AZNÁREZ

En mayo de 1989 me encontraba en La Habana en una reunión con Fidel Castro. Mientras conversábamos en su despacho, él era interrumpido constantemente para comunicaciones de urgencia. En algún momento se sintió obligado a explicarme las razones de las interrupciones y, refiriéndose a las protestas de la plaza de Tiananmén, me dijo: “Es nuestro embajador en China, la situación se está saliendo de control”, “el partido, el Gobierno y las organizaciones populares ya están divididos, hay una gran incertidumbre”. “Pienso que deben reprimir de inmediato porque la división puede alcanzar al Ejército”. “Este es un Ejército con armas nucleares, si se divide y hay un conflicto lo que estaría en peligro no es China sino el mundo entero”.

Hace 27 años nadie imaginó que China acabaría convertida en la fábrica más grande del planeta en virtud de que Deng Xiaoping lideró una transición ordenada hacia una economía de mercado. Cuando ocurrieron las protestas de 1989, dominaba en el mundo el fundamentalismo democrático que no tomaba en cuenta la historia, la cultura, la estructura social, el desarrollo económico y las diferencias en cada país; lo fácil era asociar religiosamente democracia con progreso. Luego vino la primavera árabe apoyada con bombas santas y misioneros armados de occidente que pretendieron llevar la libertad a países que no entendían.

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El resultado han sido guerras, destrucción, catástrofes y millones de refugiados. Ahora se comienza a entender que la democracia necesita condiciones y que no puede ser una receta universal. Recordando lo dicho por Fidel, ¿qué habría pasado en toda Asia si aquella “primavera china” hubiera terminado en un conflicto? ¿Cuántas decenas o cientos de millones de personas habrían muerto? ¿Cuánto del potencial de progreso de China, que ahora conocemos, habría sido destruido?

La muerte de Fidel Castro plantea ahora para la propia Cuba este dilema entre una transición ordenada sin revancha o un colapso que generaría violencia, impediría la reconstrucción económica y provocaría la migración de millones de cubanos. La competencia entre racionalidad pragmática y revanchismo emocional está ahora muy vigente en todo el mundo. Recientemente se enfrentaron en las elecciones en Estados Unidos. El debate sobre si Fidel será absuelto por la historia es irrelevante, desde lo positivo y desde lo negativo su fuerza histórica ya trascendió. Igualmente absurda es la discusión entre quienes consideran que la lucha entre el bien y el mal es el motor de la historia. Fidel fue un líder que respondió a un momento histórico del continente, un líder cuya vida política alargó artificialmente la errada política estadounidense. Muchos demócratas convencidos lo siguieron respetando, porque veían en él a un monumento vivo de una realidad pasada que profesaba ideas muertas.

La agresividad de EE UU reforzó la retórica nacionalista y la cohesión de la élite dirigente

La política de Estados Unidos ha tenido dos componentes contradictorios que impidieron que los propios cubanos cambiaran tempranamente la realidad que el régimen les impuso. Por un lado mantuvo persistentemente una política agresiva de aislamiento, amenaza militar, bloqueo económico, sabotaje y hasta terrorismo contra Cuba; y por otro lado ha sostenido una política de beneficios migratorios que ha estimulado la migración de los cubanos hacia Estados Unidos. La agresividad dio soporte a la retórica nacionalista y antiimperialista del régimen y contribuyó a mantener la cohesión de la élite dirigente. Con los estímulos migratorios convirtió el exilio en la opción preferencial de lucha de los opositores y drenó la posibilidad de que estos se fortalecieran. Esto, y no solo la inteligencia de Fidel, explica por qué el régimen cubano pudo tener tan larga vida a pesar de que su modelo había fracasado desde hacía ya muchos años.

En el caso de Venezuela, Estados Unidos ha sido pragmático, ha mantenido relaciones normales, no ha estimulado la migración y su lenguaje ha sido moderado. Por ello la retórica chavista es provocadora, ofende a los presidentes norteamericanos, habla de “guerra económica” y de “agresiones imperialistas” inexistentes. Parecieran exigirle a Estados Unidos una política agresiva que les dé “validación revolucionaria”. El régimen venezolano, con infinitamente más recursos que Cuba, enfrenta ahora la implosión del llamado “socialismo del siglo XXI”. Sin poder culpar a nadie de su fracaso debe enfrentar ahora a una potente oposición que es mayoría en las urnas y que pone a millones de personas en las calles a exigir sus derechos.

La política estadounidense provocó que en Cuba, en vez de que millones de cubanos protestaran para exigir cambios, fuera el régimen quien pudiera organizar enormes marchas para exigir el fin de las agresiones.En la actualidad dos potentes factores están empujando desde adentro la transición cubana. El primero es que la generación posrevolución tomará pronto el poder en la isla. Esta generación creció en una realidad diferente a la de la vieja guardia. Conocen el desastre de su modelo económico revolucionario, necesitan resolver demandas sociales crecientes, han visto el viraje al capitalismo en China y Rusia, vieron caer el muro de Berlín, siguen de cerca todos los procesos electorales con las victorias y derrotas de las izquierdas del continente y están viendo de cerca el fracaso venezolano. Es imposible que la nueva generación haga más de lo mismo.

Los cambios económicos obligarán a cambios políticos en un plazo de tiempo muy corto

El segundo factor es el cambio radical en la estructura de clases provocado por la existencia de medio millón de pequeños negocios conocidos como “cuentapropistas”. Estos empresarios ahora contratan trabajadores, utilizan crédito y, dentro de la dramática realidad de la economía cubana, representan una mejora en la oferta de bienes y servicios a la población. Todo cambio en la estructura de clases demanda un cambio en el régimen político, el mercado no es solo un instrumento económico, sino también una institución política que obliga a establecer reglas y normas.

Cuba no tiene la historia ni la cultura de China para poder establecer una economía de mercado sin necesidad de requerir cambios democráticos inmediatos. Sin duda los cambios económicos obligarán a cambios políticos en un tiempo más corto que las décadas de errores de la política estadounidense. Con la victoria de Donald Trump hay riesgo de que recupere fuerza el revanchismo emocional de la Florida en vez de la racionalidad pragmática que comenzó a desarrollar Obama. Sin embargo, luego de cincuenta años de negación del mercado y de libertades democráticas, los pequeños empresarios y el cambio generacional en las élites dirigentes son dos fuerzas imparables que pondrán en marcha una nueva revolución en Cuba.

Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es asesor del Gobierno colombiano en el proceso de paz con las FARC.

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