El ‘periodiunomismo’
Entiendo que los titulares se vean forzados, maquillados o retorcidos para pelear por la atención del lector, que está ocupadísimo con su dispersión moderna

Hace varios años di con una entrevista a un político que llevaba un titular bien chocante: “No me considero un tigre para el amor”. Me llamó inmediatamente la atención (porque no era Trump).
Me costaba creer que un político, entrenado en el arte de las declaraciones por pura necesidad, hubiese dejado caer esa gominola sensacionalista tan alegremente.
Cuando leí el cuerpo del escrito descubrí la frase en cuestión. Era la última pregunta del entrevistador: “¿Se considera usted un tigre para el amor?”. El entrevistado había contestado un escueto “no” (seguramente, flipando fuerte con el loco viraje de la charla). ¡Charán! Ahí lo tienes. La frase más importante, la que resume el espíritu de la pieza, es una frase del periodista.
Entiendo que los titulares se vean forzados, maquillados o retorcidos para pelear por la atención del lector, que está ocupadísimo con su dispersión moderna. Pero estampar literalmente semejante eslogan exótico en la boca de otro solo para ser leído se me hace un acto más que deshonesto.
Muchas veces he sufrido esa sensación de que el entrevistador tiene mis respuestas preconcebidas antes de empezar. Me intenta llevar a su terreno con preguntas capciosas (y no siempre con una mínima sutileza o decoro), y yo también he aprendido a ser vaga, parca o esquiva, para evitar que se lo lleve muerto.
Pero la maniobra “tigre para el amor” me escoció en la ética. Al periodista le pareció mejor su ocurrencia que la verdad. Y me cuestiono si no es perverso seguir trabajando fingiendo que preguntas cuando en el fondo la respuesta te ha dejado de importar.
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