Fin de siglo americano
EEUU necesita un presidente que entienda que su país ya no es hegemónico
Pocos observadores han reparado en el hecho de que cuando el próximo mes enero el nuevo presidente o presidenta jure la Constitución de EE UU, lo hará a escasas semanas de que se conmemore el centenario de la intervención de EE UU en la Primera Guerra Mundial.
Esa decisión, tomada tras el anuncio alemán de que a partir del 1 de febrero de 1917 ignoraría el estatuto de neutralidad de EE UU y extendería sus operaciones de guerra submarina a sus navíos, civiles o militares, apartó a EE UU de uno de sus principios fundacionales: el establecido en 1976 por George Washington en su discurso de despedida animando a sus sucesores a aprovechar la privilegiada posición geográfica de EE UU para mantenerse al margen de las luchas de poder entre los Estados europeos, en las que, aseguraba, no había ningún interés en juego para los estadounidenses.
Cien años después de haberse desviado de su trayectoria fundacional, participando en dos guerras mundiales y sosteniendo sobre sus espaldas casi en soledad todo el orden político, económico y militar internacional, el mundo observa con profunda preocupación la transición de poder que está a punto de tener lugar en Washington D.C. la capital que lleva el mismo nombre del hombre que hizo del aislacionasimo y la neutralidad su principal bandera.
Tanto han girado las tornas desde las admoniciones de George Washington, y tanto ha conformado EE UU el mundo a su imagen y semejanza en estos cien años, que lo que en este momento más teme el mundo es que gane un presidente se sienta liberado de sus compromisos internacionales y decida actuar pura y exclusivamente en función de un interés nacional definido muy estrechamente.
Si preocupa Trump es por su abierto cuestionamiento de todo el sistema de acuerdos económicos multilaterales y alianzas de seguridad cuidadosamente tejido por EE UU desde el fin de la segunda guerra mundial. Bajo Trump, el mundo volvería a un momento tan peligroso como el que se vivió en la interesección de los siglos XIX y XX y que desembocó en 1914 en la Primera Guerra Mundial.
Repasemos los paralelismos que podríamos establecer entre entonces y ahora: una extremada rivalidad geopolítica entre potencias emergentes y potencias en declive; un máximo de interdependencia económica y de vulnerabilidades cruzadas entre los principales estados; un auge de los nacionalismos, “despertares de los pueblos” e irredentismos territoriales respecto a situaciones heredades de conflictos anteriores mal resueltos; intensas turbulencias políticas dentro de cada país en torno a la democracia; y la debilidad o insuficiente legitimidad del marco normativo internacional para solventar de forma pacífica los conflictos entre sus principales actores.
En un mundo lleno de curvas mortales, Trump respresenta el conductor que entraría a toda velocidad en ellas, falsamente convencido de su pericia e invulnerabilidad, y acabaría despe-ñandonos a todos por el siglo XIX.
Lo que EE UU necesita es exactamente lo contrario a Trump: alguien que continúe la senda iniciada por Obama, que como nadie ha entendido la singularidad de la posición que EE UU ocupa en el mundo en este momento, alguien que entienda que el fin de siglo americano ya ha ocurrido, que el mundo ya es, desde hace tiempo, un mundo post-americano en el que EE UU, aunque tiene una posición privilegiada, en absoluto es hegemónico.
La —esperemos— próxima presidenta de EE UU tiene ante sí una tarea hercúlea: tiene que acomodar a una potencia en auge —China—, convenciéndola día a día de que es en su interés, y no solo en el de EE UU, mantener inalterada su senda de “ascenso pacífico”; tiene que mantener la distancia con una potencia en declive —Rusia—, siendo por un lado firme en no mostrar signos de debilidad pero por otro cuidadosa para no herir aún más sus sentimientos de derrota y humillación; y tiene que lograr que las intensísimas rivalidades que vemos en Oriente Próximo entre saudíes e iraníes no alimenten aún más la inestabilidad en una región crucial para la seguridad de todos; todo ello mientras intenta levantar la moral a los europeos para que vuelvan a confiar en sí mismos.
Es un siglo con muchas y muy peligrosas curvas y millones de vidas en riesgo. Sinceramente, es mejor una mujer al volante.
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