Mi hijo todavía se hace pis por la noche. ¿Qué podemos hacer?
La enuresis se considera una sintomatología benigna, que requiere de paciencia por parte de padres y niños
Para las cuestiones infantiles existen muchas creencias que, no por ser tan habituales, son correctas. Hay infinidad de ejemplos: los primeros dientes salen a los seis meses, los niños empiezan a caminar al año, a hablar con dos y con tres ya no duermen con el pañal. Cada vez que algún progenitor despistado lee o escucha este tipo de información se asusta pensando que algo malo pasa cuando no es así.
El tema de la retirada del pañal es bastante complejo. No faltan los consejos de la abuela diciendo que “si se sigue haciendo pis es porque no tenéis la paciencia de llevarlo dos o tres veces por la noche al baño” y no es tan sencillo, o al menos, no siempre.
Sara Cañamero, enfermera pediátrica del centro Maternatal, explica que “no debemos de caer en el error de pensar que los niños de edad cronológica igual tienen la misma madurez o capacidad”. Es fundamental –explica- no caer en el error de comparar al niño con hermanos, primos, vecinos o conocidos. Cada niño tiene unos tempos, y es fundamental respetarlos; ya que si corremos excesivamente podemos caer en la frustración tanto del pequeño como de los padres.
Para que exista el control de esfínteres, deben darse varias situaciones de manera simultánea: por un lado la maduración del sistema nervioso, control voluntario de los esfínteres y, por otro, el desarrollo psicomotriz del niño: debe saber caminar, coordinación adecuada de las manos para subirse y bajarse los pantalones por él mismo, etc. “Lo más habitual –sostiene la sanitaria- es que los pequeños adquieran de manera más temprana el control de la defecación, y después de la micción. Pero como decimos, no siguen un manual, y los hay que lo hacen de manera simultánea, o que lo hagan a la inversa”.
¿Cuándo es “preocupante”?
La enuresis (la imposibilidad de controlar la micción) suele presentar un problema según la AEPED: cuando se da a una edad socialmente inaceptable. Se consideran los cinco años como edad inapropiada, ya que en nuestra sociedad se espera que para entonces ya se haya alcanzado completamente el control vesical nocturno; aunque sería posible admitir la edad de seis años en los varones porque suelen alcanzar más tarde el control nocturno del esfínter vesical”.
No existe sin embargo, consenso en relación con las noches de incontinencia que deben darse para establecer el diagnóstico: desde una al mes, a todas. En ese amplio abanico, siempre individualizando cada caso. Los padres suelen acudir a consulta preocupados realmente cuando la incontinencia de sus hijos les afecta de manera social (irse a dormir a casa de un amigo, campamentos, noches fuera de casa, etc.).
Según la enfermera pediátrica “es entonces cuando se abre una historia clínica para determinar si se trata de una enuresis primaria: en la que nunca se ha llegado al control de esfínteres durante la noche, o secundaria en la que se dieron unos meses de continencia urinaria, y después apareció la incontinencia (la causa suele ser psicológica). Además, se buscan enfermedades asociadas a dicha incontinencia”.
La inmensa mayoría de los niños que acuden a consulta, son niños sanos. Con lo que se considera la enuresis una sintomatología benigna, que requiere de paciencia por parte de los padres y de los niños.
Una vez descartada cualquier patología que pueda estar relacionada con la enuresis, ¿qué tratamientos podemos poner en marcha? Actualmente existen dos tipos, los no farmacológicos y los farmacológicos.
Tratamiento no farmacológico:
- Intervenciones conductuales simples: no castigar ni reprender al niño cuando ocurre el episodio. Premiar cuando se levanta seco, refuerzo positivo. Restricción de líquidos por la tarde. Levantar a los niños durante la noche varias veces a orinar.
- Intervenciones conductuales complejas: uso de dispositivos que llevan una alarma cuando detectan humedad en la ropa interior del niño, con el objetivo de despertarlo y que vaya al baño. Si ha mojado la cama y el pijama, debería ser él mismo el que ponga las sábanas en la lavadora, y se haga la cama de nuevo. Sin intervención de los padres. Estos sistemas tienen una tasa de éxito del 60-70% y de recaída cercana al 50% según estudios de la AEPED. Y bastante rechazo por ser conductistas.
Tratamiento farmacológico:
Se utilizan sobre la base de: ausencia de la elevación fisiológica de los niveles de hormona antidiurética durante el sueño que da lugar a poliuria nocturna; incapacidad para despertar como respuesta a las sensaciones vesicales, y/o presencia de inestabilidad vesical durante el sueño. Suelen ser niños caracterizados por un sueño muy profundo, que no se despiertan ante la necesidad de vaciar la vejiga, incluso permanecen dormidos estando completamente mojados. Son niños que no responden para nada al tratamiento no farmacológico, se piensan que por inmadurez tienen un déficit de hormona ADH (antidiúretica), que en situaciones normales hacen que durante la noche produzcamos menos orina y no tengamos que estar levantándonos cada dos por tres.
La cuestión psicológica
Marisa Moya, maestra y psicóloga en Escuela Gran Vía cree que es bueno revisar “el proceder del adulto en el acompañamiento del proceso ya que hay situaciones en las que no es tan solo una razón de orden fisiológico, sino que atiende a causas de una vinculación educativa no establecida adecuadamente. Atender a las causas, acertar con ellas, nos pone en la vía de discernir más apropiadamente las herramientas de apoyo”.
La experta sostiene que “para que, en lugar de verlo como un problema, el niño pueda sentirlo como una oportunidad de aprendizaje de afrontamiento de conflictos y así mismo, crecer personalmente a través del proceso de superación, es imprescindible, primero, que el adulto también lo vea de este modo”. Las intencionalidades se transmiten; un progenitor que mientras traslada el mensaje al niño, evidencia la inseguridad, lo que realmente está enviando es este último mensaje de incertidumbre porque los niños poseen una mayor capacidad para leer nuestras emociones que nuestras palabras.
Otra de las recomendaciones es “tener en cuenta que cuando las personas nos enfrentamos a desafíos, la calidad del ambiente, las relaciones que entablamos con los otros, determinan en buena parte que haya sensación de comprensión y aliento o, por el contrario, negación y evasión”.
Si el niño percibe que es juzgado, etiquetado, presionado, es difícil que interprete que es algo natural, de orden fisiológico y que la calma y la adecuada selección de herramientas le ayudarán –sostiene la psicóloga-. Es preciso, agrega, “dotar de naturalidad a la situación es la mayor de las motivaciones. Explicar de forma concisa y clara, sin sobrecargar de adultismos, ni interpretaciones que no alcance a comprender el niño”.
Paso a paso
Es fundamental establecer “metas cortas, rutinas, ritmo de las actuaciones, bien establecidas y acordadas. Si se conocen los objetivos, si se sabe que hay recursos, si se siente que no falta apoyo… todo es mucho más fácil”, explica Moya.
Sentarse con ellos, conversar cuando están receptivos, hacer preguntas de curiosidad ¿qué sientes? ¿Qué puedes cambiar para lograr mejorar? ¿Cómo puedo ayudarte? Sin miedo, ni culpa, estos dos factores deben estar totalmente excluidos del diálogo o los niños no querrán cooperar.
Dejar de lado la “urgencia”, en educación las finalidades deben ser a largo plazo y el camino a recorrer debe contar con el margen para que los niños aprendan habilidades de todo orden; “centrarse tan solo en la consecución del control sin tener en cuenta las estrategias educativas que estamos poniendo en funcionamiento como adultos educadores y los sentimientos que están a la base puede ser ineficaz y no ayuda a sacar lo mejor de los niños”, finaliza.
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