Si puede
Dicen, de Bob Dylan, que detesta la exposición y supongo que, para alguien así, el Nobel es kryptonita


En el discurso que Leonard Cohen dio en 2012 al aceptar el Premio Príncipe de Asturias habló de lo que España significaba para él, empezando por su guitarra —una Conde, española—, siguiendo por la poesía de Lorca, y terminando por el desconocido —español— que le enseñó sus primeros acordes. Escuchándolo, recordé a Bob Dylan, el hombre que no contestaba el teléfono. Todavía no sé qué pienso acerca de que le hayan dado el Nobel. A veces estoy de acuerdo, otras no. Y tengo sentimientos encontrados: de a ratos me gusta el gesto de la Academia —su enloquecida extravagancia— y, de a ratos, me ofusca que quiera meter en el sistema lo que siempre ha estado contra él. No sé mucho de Dylan. Dicen que detesta la exposición y supongo que, para alguien así, el Nobel es kryptonita. Siempre he pensado, además, que no todo es algarabía al recibir un premio de esta naturaleza, porque puede verse como una lápida, un final de camino: después del Nobel, qué. (De hecho, Mario Vargas Llosa dijo, apenas lo ganó, con hidalguía rebelde, “no me voy a dejar enterrar por el Premio Nobel. Tengo proyectos hasta el final”). No es descabellado que un artista complejo reaccione de forma compleja a un reconocimiento así. Sea como fuere, todo eso es especulación. ¿Quién nos dirá las cosas que pensaba Bob al leer las pavadas que se escribían en su nombre? Pero pasaba el tiempo y Bob no decía nada. Ni “el premio apesta” ni “gracias”. Mientras estuvo desaparecido, pensé en una frase de La Rochefoucauld que aprendí de Javier Cercas, que la cita a menudo: “Quien rechaza un elogio es porque quiere dos”. Y me dije a mí misma: “Et tu, Brute”. Pero ahora Bob apareció, dijo que la noticia lo había dejado sin palabras y que irá a la ceremonia de entrega... si puede. Yo no creo en Dios. Creo en la buena educación. No sé si la displicencia es parte de las cosas que la conforman.
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