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Tribuna
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¿Un choque de modernizaciones?

El actual mandatario, Xi Jinping, lidera el tercer impulso de cambio en China

Xulio Ríos
El presidente chino, Xi Jinping.
El presidente chino, Xi Jinping.Andy Wong (AP)

Contemporáneamente, China experimentó tres impulsos modernizadores principales. El primero fue liderado por el movimiento nacionalista Kuomintang (KMT) y acabó por triunfar en la isla de Taiwán. El segundo fue protagonizado por el Partido Comunista de China (PCCh) en el continente y pilotado por Mao Zedong. El tercer impulso, también en el continente, lo promovió Deng Xiaoping y lo lidera el actual mandatario chino, Xi Jinping.

Los proyectos del KMT y del PCCh, enfrentados en la guerra civil, coexistieron paralelamente durante la guerra fría en un marco de escaramuzas y tensiones. Deng impuso la vía pacífica frente a los coqueteos de Mao con la tentación de la conquista. El PCCh no ignoró el éxito económico en la isla “rebelde” de Taiwan, uno de los cuatro tigres asiáticos, e incorporó parte de esa experiencia a su agenda en el segundo impulso modernizador. En lo político, sin embargo, mientras que el KMT evolucionó desde la dictadura abriéndose a una democracia pluralista, el PCCh persiste en su modelo unipartidista con ligeros retoques de incierto futuro. Cuando Deng formuló su propuesta de “un país, dos sistemas”, imaginaba un arreglo entre ambos partidos que resolviera la cuestión pendiente de la reunificación dejando que el paso del tiempo resolviera todo lo demás. Tras la democratización taiwanesa, esto no era posible. El PCCh reaccionó aprobando una ley que preceptúa la guerra caso de Taiwan elegir el rumbo independentista.

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La pérdida de significación política del KMT en Taiwan, consumada tras una humillante derrota en enero de este año de la que tardará en reponerse, plantea al PCCh una disyuntiva difícil. Sectores influyentes del Partido Democrático Progresista (PDP), aunque bajo el liderazgo una moderada, Tsai Ing-wen, sugiere culminar la modernización en lo político liquidando los últimos vestigios de la República de China. A diferencia del KMT, el PDP no sueña con “reconquistar” el continente. Tsai, con mayoría holgada, supedita cualquier avance en la reunificación al respeto a la decisión soberana de los taiwaneses. En la práctica, a la vista de lo que avanzan las encuestas, equivale a su rechazo. De ahí la insistencia continental en presionarla para que reconozca el principio de la existencia de una sola China. Este desencuentro se agrava con las prisas de Xi Jinping por dejar encaminado el diferendo.

En lo económico, con matices, ambas modernizaciones podrían confluir y de hecho se ha operado ya un considerable intercambio que también el PDP quiere moderar propiciando una estrategia de amortiguación de la dependencia a través del acercamiento a los países del sudeste asiático.

Para el PCCh, la modernización es sinónimo no solo de desarrollo y bienestar sino de superación de las humillaciones

Pero en lo político, el choque se antoja difícilmente evitable. Por más que el PCCh adjetive su pretendido proyecto democratizador, su esencia es el reforzamiento de la hegemonía partidaria. El papel reservado a la sociedad, aun con fórmulas de democracia consultiva o deliberativa, nunca será equiparable al pluralismo vigente en Taiwan que el PDP quiere profundizar. El PCCh no aceptará que la isla decida en solitario el futuro histórico de China.

El proyecto modernizador abanderado por el KMT logró configurar una sociedad desarrollada y democrática. El promovido por el PCCh, especialmente tras la adopción de la reforma y apertura, sugiere un éxito de naturaleza diferente. En el primer caso evolucionó a la par que la holgura de la base que relativiza la importancia de la reunificación de la nación china. En el segundo, sin embargo, este sigue siendo un casus belli que abunda en los peores presagios.

Para el PCCh, la modernización es sinónimo no solo de desarrollo y bienestar sino de superación de las humillaciones derivadas de un tiempo de extrema debilidad del país. Hoy, de regreso en las posiciones de primacía, la reparación territorial tiene en Taiwan –como en los archipiélagos en disputa en los mares contiguos- un referente irrenunciable. La impaciencia que se advierte en dichos litigios, en los que, paradójicamente, coincide con Taipei en los posicionamientos básicos, invoca una estrategia envolvente de Taiwan.

Los ideales que inspiran los sistemas políticos a uno y otro lado del estrecho les alejan, pero es incluso improbable que una China continental democráticamente homologable renunciara de buen grado a la reunificación aunque la confluencia de ambas modernizaciones podría facilitar vías pacíficas. De otro modo, el posible choque entre ambas seguirá pesando como una losa sobre la estabilidad de la región.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.

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