De Niro
De Niro ha grabado un vídeo en el que, asqueado y rotundo, maldice a Trump.
Si hoy es martes, prosigue la aterradora dinámica en las redes sociales donde el diálogo ha sido sustituido por el empeño en tener razón y la única forma de hacerse notar consiste en hacer daño. Dicen que en los próximos teclados de teléfonos móviles se va a suprimir el signo de interrogación. Ha sucedido históricamente con las tecnologías novedosas: provienen de una idea generosa y brillante y acaban siendo armas sometedoras. Por eso a toda buena idea le corresponde su refutación. Si no, no hay partido.
Me atraen mucho los iconos que emplean la primera mitad de su vida en fabricarse y la segunda mitad en desmontarse. Uno de los más evidentes es el actor Robert de Niro, que fraguó su inmensa reputación de mejor actor del mundo con un personaje entre alucinógeno, violento, viril y frágil que presidía desde El Padrino y El cazador hasta Taxi Driver y Toro Salvaje. Harto de la trascendencia, de que se malversara su talento en la impostura de un falso glamour del mal, decidió en 1999 acabar consigo mismo y protagonizó junto a Billy Cristal la parodia de su mafioso en visita al terapeuta.
De esa película chistosa y encantadora, que tuvo secuela y serie mítica, nació también su papel de suegro de Ben Stiller en la saga Los padres de ella. Y así De Niro se ha pasado década y media desmontando su icono, burlándose de sus fieles, desmovilizando a la soldadesca en favor del histrión. Solo conozco un caso parecido en el cine español, el del gran Juan Luis Galiardo, que se pasó la primera parte de su carrera construyendo al galán modelo comercial y la segunda encarnando al Don Juan caduco, patético y grotesco. Estos actos de refutación son suicidas.
Como todo el mundo sabe, la censura mayor en nuestros días es la que te impide hablar con libertad, expresar tus opiniones, tus ideas, tus razones por miedo a perder clientela, a perjudicar tu negocio, a vender menos. Un poder coercitivo te invita a callar, a no decir nada que perjudique tu popularidad o enfade a la gente, ese viscoso concepto despersonalizador. De Niro ha grabado un vídeo en el que, asqueado y rotundo, maldice a Trump. Es el vídeo de la impotencia, del fin del respeto frente a quien juega con la ventaja de no respetar nada, ni siquiera la limpieza del recuento electoral. En una época donde todo te invita a callar para permitir que la maldad y la mentira parezcan tan respetables como la verdad, cuando el matón disfruta del mismo trato que el ciudadano honesto, De Niro saca la cara.
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