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Columna
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¿Qué está pasando?

Manuel Rivas

LEÍ HACE años la historia de un camionero británico al que perseguía una nube. Esperaba dejarla atrás, una vez cruzado el canal en el ferri, pero al llegar a Calais, en Francia, allí estaba la nube, justo encima. Pronto comprobó que no iba a dejarlo marchar así como así. Era una nube fea, cargada de rencor. Porque, ustedes saben, hay lluvias alegres y lluvias rencorosas, que responden al carácter de las nubes. Y esa era una nube pelma, de tristeza lapidaria

Hay días así, en que te levantas y tienes la sensación de que una nube triste nos persigue. No es una cuestión personal. La nube está ahí, proyectando su sombra herrumbrosa sobre nuestro tiempo. El tiempo de ahora. Antes de demorarme en la nube, me interesa fijar mi posición. Yo soy optimista. Hay quien matiza: “Soy un optimista de la voluntad y pesimista de la inteligencia”. No, yo soy un optimista sin fisuras, un optimista fanático. A mí, cuando me aprietan, no dudo en decir que estamos mejorando. Lo he aprendido de un paisano al que presiona un periodista de la facho-sphere para que responda de la manera adecuada. El entrevistado se resiste, intenta zafarse. El entrevistador lo acorrala, lo intimida: “Estamos mejorando, ¿no me irá a decir que no?”. Y entonces el paisano recurre a la tradicional autodefensa irónica: “Mejorando, sí, pero mejorando muy mal”.

Yo también soy optimista. Yo también creo que estamos mejorando muy mal.

Creo que esa nube es en realidad una barra de hielo flotante. También sobre eso hay una ilustración popular. A un trabajador de una conservera, en Bueu, Pontevedra, le cayó una barra de hielo que le aplastó un pie. Los compañeros lo llevaron con rapidez a un centro de salud. Cuando entró el médico, echó una ojeada y dictaminó: “¡Pónganle una barra de hielo!”. Y el paciente balbucea: “¿Más hielo todavía?”.

Fuimos inmisericordes con los griegos cuando la nube se les puso encima, pero estamos siendo irresponsablemente indiferentes cuando la nube de la xenofobia cubre a gran parte de Europa.

Piensen lo que piensen, conservadores o inconformistas, díganme si ven o no esa nube que envuelve una barra de hielo o si es una obsesión personal. Creo que lo que persigue a ese camión es el Brexit, un nombre amable para denominar el desastre de la escapada británica. Fuimos inmisericordes con los griegos cuando la nube se les puso encima, pero estamos siendo irresponsablemente indiferentes cuando la nube de la xenofobia cubre a gran parte de Europa y un neototalitarismo de hielo se cierne sobre Hungría o Polonia, mientras en Francia o Alemania se expansiona la nube de la facho-sphere.

¿Tiene algo que ver esa sombra con la implosión del Partido Socialista en España? Nuestro país parecía a salvo de la nube helada, pero tal vez es un espejismo. La crisis española parece endogámica, pero no lo es. La xenofobia es destructiva, pero también lo puede ser, en dosis lenta, la indiferencia. Y esa está siendo la respuesta al problema más grave de este tiempo: los refugiados sin refugio.

Estos días he visto esa nube de hielo acerado sobre Brasil y Turquía. Dos formas disfrazadas de golpismo. La he visto en la Rusia de Putin, aplastando de nuevo la disidencia. La he visto merodeando el tupé enloquecido de Trump, en Estados Unidos. La veo sobre Venezuela, pero también sobre México y Centroamérica. Ese pozo del horror que es Honduras, un lugar del mundo donde ser mujer, indígena y ecologista equivale a una sentencia de muerte. Ya sé que la nube más inclemente descarga metralla sobre las zonas en guerra. Por ejemplo, a los kurdos esa nube atroz los persigue más allá de cuatro fronteras.

Veo esa nube no solo sobre “Estados fallidos” o donde domina la intolerancia. Es una nube invasora que también asombra las democracias con un cinismo desasosegante que parece decir: “No importa lo que hagáis, lo que votéis, porque ellos, los poderes en la sombra, decidirán por vosotros”.

Pero ya que he hablado de los kurdos, no tengo derecho a ser pesimista. Porque tengo enfrente la mirada de Yashmina Shawki, escritora, nacida en 1967, hija de padre kurdo iraquí y madre gallega de Vigo. Que habla todos los idiomas que podamos nombrar, y que dice: “El abuelo José, con su sombrero de fieltro para el invierno y el de paja para el verano, y el abuelo Faraj, con su turbante rojo enrollado en la cabeza, me parecían lo más normal del mundo. Da lo mismo cómo te llames y de dónde vengas porque lo importante es lo que llevas dentro y la gente que te quiere como eres”.

La escucho y, por un momento, dejo de ver la maldita nube.

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