Cumbre de migraciones en Nueva York: un paso adelante, tres a un lado
Una buena oportunidad paracogerse un "moscoso". Foto: SpainUN.
Tomen un problema complejo cuya resolución depende de la colaboración con otros. Negocien hasta la extenuación un plan de trabajo sin acciones, calendario o presupuesto. Reúnan a docenas de líderes determinados a actuar de acuerdo a estrictos intereses electorales. Declaren durante horas su buena disposición a aplicar unas normas a las que en todo caso estaban obligados legalmente. Abrácense y pasen al photocall.
En pocas palabras, esta es la secuencia de lo que ocurrió la semana pasada durante la cumbre de la ONU sobre refugiados y migrantes, complementada por una más práctica y pequeña liderada por el Presidente Obama. Cierto que la convocatoria de las reuniones es una victoria en sí misma. Al fin y al cabo, esta cumbre es la primera que dedica de manera exclusiva la Asamblea General a un reto que afecta de manera directa a cerca de 250 millones de personas y que ha llegado a situarse en el corazón del debate público de nuestro tiempo, desde el Brexit al cataTrump, pasando por el dilema existencial sobre el futuro de Europa.
Pero ni siquiera las expectativas más tibias nos habían preparado para la decepción de unas reuniones que han fracasado en tres frentes fundamentales: garantizar por adelantado los recursos financieros para atender a los refugiados; acordar un reparto más equitativo de la responsabilidad de acogida; y sentar las bases de una gobernanza mundial de la movilidad internacional de personas.
Es difícil exagerar la importancia de este asunto. Solo en el ámbito del desplazamiento forzoso, las cifras globales se han multiplicado por seis entre 1980 y 2014. El número de los que buscan refugio fuera de su país de origen está ya por encima de los 20 millones, la inmensa mayoría de ellos concentrados en Oriente Próximo, Asia y África. Aunque nada de este proceso es reciente, lo que sí es nuevo es el modo en que las economías más desarrolladas se han visto afectadas por él. Cuando la crisis de refugiados alcanzó como una mancha de aceite a los países europeos, sus gobiernos y sociedades reaccionaron con un histerismo poco proporcionado a la magnitud de las peticiones de acogida. Mientras uno de cada cinco ciudadanos del Líbano es un asilado, en España esuno de cada 98.000.
Lamentablemente, la crisis no se tradujo en un esfuerzo conjunto de solidaridad, sino en todo lo contrario. A lo largo de estos dos años hemos presenciado un espectáculo poco edificante en el que la UE ha actuado de forma descoordinada y cicatera en todos los frentes salvo en uno: impedir la llegada de nuevos refugiados e inmigrantes. Mientras el grueso de los Estados miembros actuaba por cuenta propia e incumplía sus compromisos en el reparto de cuotas de asilados, el Overseas Development Institute desvelaba hace unos días que el gasto total en políticas de control de fronteras se ha disparado hasta los 17.000 millones de euros en los dos últimos años. Al menos en eso sí se han puesto de acuerdo.
Con estos antecedentes, sorprende poco que los analistas y las ONG hayan levantado una ceja ante las promesas realizadas por los países más desarrollados en Nueva York. Como informaba Refugees Deeply, la conferencia paralela organizada por Barak Obama con 52 países arrancó el compromiso de incrementar en 4.500 millones de dólares la contribución anual a los fondos de ayuda y doblar el número de refugiados reubicados hasta ahora, aliviando la presión sobre las naciones de acogida más generosas, como Jordania, Líbano y Turquía. Pero, si tenemos que tomar como referencia compromisos previos de la comunidad de donantes con la crisis siria, conviene que no organicemos aún la conga: de los cerca de 8.000 millones de dólares comprometidos para el plan de respuesta en 2016 solo ha llegado a la hucha un 40% y no se esperan sorpresas de aquí a final de año.
España merece mención aparte. Desde que esta crisis humanitaria se desatara, la política de nuestro país ha consistido en obstaculizar abiertamente la llegada de nuevos refugiados, incumplir los modestísimos compromisos financieros para atender la crisis y manosear las normas de protección hasta hacerlas irreconocibles, como ha ocurrido con las devoluciones “en caliente”. Es una responsabilidad por activa del Gobierno del PP, pero ninguno de los partidos de la oposición ha convertido este asunto en una verdadera prioridad sobre la que llegar a acuerdos de manera urgente. Cómo casa todo esto con las palabras del Rey durante la cumbre (“puedo asegurarles que mi país seguirá dando prueba de solidaridad y generosidad en los años venideros”) es, literalmente, un misterio mariano.
La espantada de Europa tiene implicaciones que van mucho más allá de lo práctico. En situaciones anteriores, cuando el mundo ha hecho frente a graves crisis humanitarias o violaciones masivas de los derechos humanos, Europa ha marcado el camino. Con todos los defectos y omisiones, su compromiso con los derechos humanos y la protección de las poblaciones más vulnerables ha establecido el rasero de la respuesta internacional durante los últimos 60 años. Ahora ese rasero se ha desplomado al mínimo común denominador y cuestiona derechos establecidos. Iniciativas políticas y financieras como la subcontrata del control migratorio con países limítrofes suponen la reinterpretación de facto de suelos legales sólidos como la Convención de Ginebra (1951) o la de los Derechos del Niño (1989), además de contaminar de forma grosera los programas de ayuda al desarrollo.
En cuanto al tercero de los acuerdos en juego, el que propone empezar a definir un nuevo modelo de movilidad global, el resultado es una simple declaración de intenciones que difícilmente llegará a algo en los dos años que se han dado de plazo. Si esto se confirma, sería un grave error. Como ha señalado la investigadora Marta Foresti en su propia valoración de la cumbre, la apertura de vías legales y seguras para la llegada de más trabajadores y refugiados es “la única solución pragmática para una mejor gestión de las migraciones y el desplazamiento [forzoso]”. La idea de asumir los riesgos potenciales de una mayor flexibilidad para neutralizar los riesgos ciertos de esta rigidez insensata es un mensaje radical y contracorriente que no ganará ninguna cita electoral, pero que lleva años en el argumentario de algunas de las voces más lúcidas de este debate, como el Alto Representante del SG de la ONU para las Migraciones, Peter Sutherland.
Mientras tanto, solo queda esperar que los países europeos se decidan a regresar del siglo XIX y abordar con coraje y creatividad uno de los grandes retos de nuestro tiempo. La ironía es que, tratando de amortiguar las reacciones xenófobas dentro de la UE, la posición temerosa y defensiva de los Estados miembros durante la crisis de los refugiados ha terminado haciéndole el caldo gordo a estos mismos grupos. Que la Canciller Merkel esté pagando un alto precio político y personal por haber sido la única que se mantuvo cuerda en medio de esta locura colectiva no solo es una muestra de la obscenidad que rodea a este tema, sino también un recuerdo de que no lo soñamos.
Ronald Reagan dijo en una famosa ocasión que “una nación que no puede controlar sus fronteras no es una nación”. Los países de la UE parecen haberse tomado a pecho este principio. Pero alguien debería empezar a preguntarse cuánto de la estrategia actual está teniendo éxito y qué va a quedar de nosotros cuando la hayamos llevado hasta sus últimas consecuencias. Entonces nuestras “naciones” van a ser un concepto del que alejarse lo más rápido posible.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.