Paranoia de hormigón en Albania


EN TIRANA, toparse con un búnker en el centro de la ciudad solo asombra a los turistas. Es habitual verlos arremolinados en torno a una especie de iglús de hormigón semienterrados, a los que se accede tras unos peldaños. La paranoia del dictador comunista Enver Hoxha sembró el país de decenas de miles de ellos: estaba convencido de una invasión inminente que nunca ocurrió. Se calcula que entre finales de los sesenta y principios de los ochenta se construyeron alrededor de 176.000 en todo Albania. En la capital se empleó a fondo y mandó excavar uno descomunal, con 5 plantas subterráneas y 106 salas a prueba de ataque nuclear. Hoy es un espacio para exponer objetos y material gráfico que muestra la negrura de ese pasado reciente, el de un país incomunicado y rodeado de vallas de alambre. En Bunk’art, como se llama ahora, también se han programado conciertos de jazz, la música prohibida por el régimen.
Un túnel estrecho atraviesa una montaña y conduce a un patio con árboles. Desde ahí se sube por una rampa asfaltada. A la izquierda se ve parte del edificio, tapado con vegetación y muebles tirados. Un maniquí vestido de militar con escafandra anticipa una visita inquietante. Al entrar en el búnker, hay un brusco cambio de temperatura. Huele a humedad y la luz es muy tenue. Lo único que se oye es un goteo constante; es un efecto. Luego suenan sirenas. No hay cobertura.
E calcula que entre finales de los sesenta y principios de los ochenta se construyeron alrededor de 176. 000 en todo Albania.
No se sabe cuántos presos políticos murieron construyendo este lugar entre 1971 y 1978 ni cuánto costó. Bunk’art se inauguró en abril tras una experiencia previa exitosa en 2014. En la actualidad recibe una media de 150 visitas al mes, la mayoría de extranjeros. Una empleada de la organización que gestiona el espacio explica que, todavía hoy, “muchos albaneses no quieren recordar”.
El búnker está lleno de pasillos. A medida que se bajan escaleras, el aire es más denso. En una de las salas se reproducen el despacho y la habitación de Hoxha. Todos los muebles son de época, pero no los auténticos, porque el búnker fue saqueado en el caótico 1997, cuando el país estuvo al borde de la guerra civil. Solo dejaron el teléfono.
En las salas se recrea, de un modo algo tosco –paneles larguísimos, uniformes, fotos–, la enrevesada historia del siglo XX en Albania hasta la transición democrática, en la que el comunismo es la estrella. Se puede ver un desfile militar, escuchar cómo sonaba la propaganda de Radio Tirana, ver fotos de iglesias usadas como gimnasios cuando Hoxha prohibió la religión. Al final hay una especie de teatro pensado para que se reunieran los 250 diputados en caso de emergencia nuclear, y su escenario sirve ahora para el festival de arte prohibido –que ya ha celebrado dos ediciones–, en el que se invita a expertos y artistas para hablar sobre la censura durante el comunismo.
En el libro de visitas colocado a la salida puede leerse el siguiente mensaje en albanés: “Está bien que exista un lugar como este. Bueno o malo, es parte de nuestra historia”.
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