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Tribuna
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La resurrección de Cela

Las palabras del Nobel sobre España suenan a sabios consejos en la situación actual

RICARDO GUTIÉRREZ

Ya lo dijo el propio Nobel, “en España quien resiste gana”. Hoy esta frase, que Camilo José Cela pronunció delante del entonces Príncipe Felipe cuando éste le entregó el premio Príncipe de Asturias en 1987, bien podría ser la máxima de cualquiera de nuestros líderes políticos. Quizás por ello, Don Felipe, hoy ya Rey, inauguró esta semana el homenaje del centenario del autor añorando cuánto disfrutaríamos en nuestros días de su fino análisis de la realidad.

Cela murió en el año 2002 y desde entonces el legado del escritor nacido en Iria Flavia (del que se convertiría en Marqués), fue motivo de diversos litigios. Un tiempo en el que sus polémicas pasaron de la provocación intelectual a la flacidez del papel cuché. Desde entonces, la memoria de Don Camilo parecía vagar en el polvo del pasado, lejos de la arrogancia y el escándalo que merecía su personaje. Pero gracias a su hijo, hijo coraje de un padre compartido con la literatura universal, Cela resucita en el año de su nacimiento. “A los padres, a los alcaldes, a los reyes, se les honra con el recuerdo; a los escritores, no basta, hay que seguir leyéndolos”, dijo en su intervención Cela Conde. Daba así inicio al centenario, al homenaje, a la exposición del Instituto Cervantes, a la creación del museo en Palma, a las ediciones especiales de sus obras, al centro para la investigación de toda su obra en la Universidad de California, pero sobre todo, a su resurrección.

El próximo 19 de octubre, día de la concesión del Nobel (uno de los seis concedidos por la Academia a españoles) se publicará una edición completa de La Colmena. Obra prohibida en la España franquista y censurada por su contenido sexual, cuando el sexo en los lectores españoles no era sombras sino visillos. Una historia caleidoscópica de personajes que transitan en la asfixia de los sueños de la postguerra. Y ahora en su resurrección Cela nos ofrece pasajes de alto contenido sexual, entre ellos, escenas de lesbianismo que no estaban en la edición de 1951. Vuelve la provocación, aunque seguro ingenua para nuevos lectores adocenados en la erótica del Tinder. Pero sin duda, vale la pena como testimonio de lo que el escritor se censuró a sí mismo. ¿Fue por prudencia? ¿Lo hizo acaso por pudor? ¿O por la soberbia, ay pecado, de no ser el censor censurado? Cela ocupó un cargo de censor en el franquismo entre 1941 y 1945. Leyendo sin embargo su obra, quizás deba entenderse esa etapa en el marco de la supervivencia. Él mismo lo justificaba diciendo “yo me metí ahí para comer, claro para poder tener un mínimo sueldo, unas 250 o 300 pesetas, y descubrí que la gente que trabajaba en mi oficina lo que quería era censurar los periódicos políticos. Eso era un error tremendo, porque había que implicarse, y desde luego yo no quería implicarme en absoluto”. Y quién puede juzgar a nadie cuando el tiempo nos hace libres del peso del presente.

Su centenario va a poner a Camilo José Cela ante el espejo, en el recuerdo de su figura literaria. Sin embargo, a pesar de la inmortalidad de su prolífica obra, como todo genio terrenal, su muerte nos ha arrebatado la posibilidad de escucharlo cuando quizás más se necesitaba su pasión por las palabras. En aquel discurso ante el joven Príncipe Felipe pronunció: “Este es el paisaje en que la representación de vuestros pasos históricos ha de tener lugar y ha de acontecer por rigurosa ley de fatalidad: se llama España y no tenemos otro ni tampoco podemos ni queremos cambiarlo por ningún otro. Nuestro naipe está sobre la mesa y con él hemos de jugar la partida en la que nos va el presente y el futuro. De nuestra sabiduría y prudencia dependerá el resultado y el llanto o la alegría”. Son frases que ayer parecían consejos. Hoy, tal vez, debamos leerlas como presagios, como advertencias. Entonces España iniciaba en la reconciliación su andadura hacia la democracia. Un país que reclamaba su derecho al futuro. En la actualidad, los españoles asistimos a una partida que parece no querer ser jugada. De ella depende abocarnos a una decepción nacional o a que la política, en el sentido del propósito generoso de su existencia, dignifique las aspiraciones de futuro de toda la sociedad española. Aunque Gil de Biedma nos guiñe irónico su “de todas las historias de la Historia. La más triste sin duda es la de España. Porque termina mal”.

Andrea Levy Soler es vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular.

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