Ser padre o ser hijo
De aquí 50 años, cuando los jóvenes del futuro vean fotos nuestras, dirán: “Qué pena de gente con esas pintas”.
Esta semana me mandaron vía Whatsapp un montaje fotográfico en el que aparecía una muchacha en blanco y negro, con su vestido negro, su pañuelo en la cabeza y el campanario del pueblo al fondo. Al lado, la foto de una joven de hoy día, en bikini y abdominales haciéndose un selfie en el espejo del baño. Debajo de la primera foto se leía: “Mi abuela hace 50 años”. Debajo de la segunda ponía: “De aquí a 50 años esta será la foto que enseñes de tu abuela”. Para alguien como yo, que piensa que sus novias no defecan y que sus padres jamás practicaron sexo, la idea resultó tremendamente turbadora. Luego vino una amiga, calificó el montaje de machista y dijo que eso también podía hacerse con hombres. El abuelo Manel con la azada y los pantalones remangados y el primo Jonathan, en calzoncillos y abdominales frente al espejo del gimnasio. Le di la razón inmediatamente. Se quedó sin nada que hacer esa tarde.
Ser padre o madre y ser hijo o hija no tiene nada que ver con el hecho de tener descendencia o no. Es un estado mental. Y generacional. Así hemos pasado de una serie de generaciones en las que predominaban los padres y madres a unas en las que casi todos somos hijas o hijos. Y lo seremos siempre, no importa los vástagos que podamos engendrar. Mientras seamos incapaces de hacer la declaración de renta a tiempo, seremos hijos. Y de aquí 50 años, cuando los jóvenes del futuro vean fotos nuestras, dirán: “Qué pena de gente con esas pintas”. Como se ha hecho y se hará siempre.
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