Sestear
Todas las patrias son iguales y cuanto más pequeñas son, son más patrias, se rodean de más extranjeros y de más enemigos


Como buen madrileño con vocación universal, me echo una buena siesta del carnero, porque es domingo y este año el otoño se hace esperar. Estoy a la sombra de una higuera cargada de fruto y me divierte ver cómo el dueño de la casa, mi amigo Carlos, se esfuerza falsamente (porque le hace gracia en el fondo) en evitar que la perra se coma los higos que caen del árbol. Las deposiciones de un perro que ha comido higos maduros son espantosas.
Mercedes, que es la mujer de Carlos, está preparando unas cervezas frías y un aperitivo para convertir ese rato en memorable.
Los altavoces del estupendo equipo de sonido de mis amigos emiten una larguísima (afortunadamente) grabación de Toti Soler, un guitarrista que domina como pocos los tempos de la música.
Un sopor invencible conduce al sueño que ya no es reparador, sino directamente un lujo para todos los sentidos.
Hay un estruendo que interrumpe el nirvana. En la gran pantalla aparece una muchedumbre que corea eslóganes políticos que se refieren a una nación y a una independencia. Me recuerda a algo, a cuando otra muchedumbre en la que yo estaba inmerso, gritaba: “Libertad, amnistía, estatut de autonomía”.
Estos van más lejos: piden la independencia de Cataluña respecto de España. Me siento concernido, porque he visto un titular de prensa de Carles Puigdemont en el que habla de echar a los invasores. Y me doy por aludido, que es lo que desea el president de la Generalitat. Yo no tengo los dedos meñiques rígidos, como los que delataban a los extraterrestres invasores en una serie televisiva de los años setenta. Pero me delata algo más fuerte, y es que hablo en castellano con acento de Madrid.
Casi me enfurezco al ver a Lluis Llach pidiendo mi consideración como extranjero. Él compuso canciones a cuyo ritmo acaricié otros cuerpos, y ha escrito versos que hablaban del mundo y de patrias grandes. Y me doy cuenta mientras salgo del sopor, de que todas las patrias son iguales, y de que cuanto más pequeñas son, son más patrias, se rodean de más extranjeros y de más enemigos. Y me digo que yo no puedo haber amado con la música de Llach, al menos de este Llach.
Se me hace demasiado que me hayan convertido en un extranjero, en un invasor, en un enemigo de toda esa gente que veo desfilar por las calles, antes tan cercanas para mí, de Barcelona.
Me doy la vuelta y me hago el firme propósito de no enterarme de si Toti Soler es de ellos.
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