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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

En el Día del Cooperante: una mirada a los pequeños

Por María José Agejas, Periodista, Oxfam Intermón

Un menor no acompañado en un centro de Sicilia (Italia). Imagen de Luigi Baldelli /Oxfam.

Los de República Centroafricana son más pequeños y tienen cerca a sus padres. Cuando pienso en ellos pienso en sus ropas hechas jirones, su afán por darme la mano, su gran sonrisa… Pequeñas nubes de niños expulsados de sus hogares por la violencia se movían a mi alrededor durante mis visitas a los campos de desplazados, luchando día a día para contradecir a las estadísticas, según las cuales la mortalidad infantil en ese país es de las más altas del mundo.

En los seis meses que pasé en Bangui conocí toda clase de sufrimiento infantil: niños soldado, niñas abusadas, niños acusados de brujería y linchados por ello hasta la muerte, niños durmiendo en la calle despreciados por todos, y cientos de miles de niños y niñas desplazados por el conflicto interno. Estos últimos viven en campos, totalmente desatendidos por un estado que tampoco tiene la capacidad para ello, y con las agencias de la ONU y las ONG como único apoyo. Un apoyo que, por problemas de financiación, no logra cubrir las necesidades más básicas.

Y resulta que vuelvo desde uno de los países más pobres del mundo a la Europa del siglo XXI, y me encuentro con que los menores refugiados tienen que rebuscar en la basura para encontrar ropa, que las niñas corren el riesgo de ser víctimas de la trata, que en los centros de acogida no hay programas de escolarización o que miles de ellos están desaparecidos, han huido de los centros de recepción donde muchas veces están detenidos de facto y se han vuelto invisibles para una sociedad que no quiere verlos, así que todo cuadra.

Los datos del reciente informe de Oxfam sobre menores no acompañados en Italia demuestran la pequeñez ética de Europa y cómo la defensa de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario se ejerce un poco al estilo de la caridad hipócrita de la que nos hablaban antaño en el colegio: empieza por uno mismo (y termina también, por lo que se ve).

¿Es posible que seamos incapaces de atender debidamente a los 11.797 menores que han llegado a Italia sin la compañía de una persona adulta en el primer semestre del año? Pues resulta que sí. El informe enumera una larga serie de grietas en el sistema de acogida de estas víctimas de la guerra y la desigualdad: faltos de espacio, los ayuntamientos responsables de atenderlos los mantienen en centros de primera acogida en los que sólo deberían estar dos o tres días Sólo se les da, por tanto, una muda de ropa. “Salíamos por la noche a buscar en la basura ropas que pudiéramos ponernos. Nunca pensé que tendría que hacer algo así”, cuenta uno de ellos. Sin escolarizar, sin poder comunicarse con sus familiares, sin un tutor legal, muchos huyen de los centros, tratando de encontrar a su familia en otros puntos de Europa o de buscarse la vida en las calles.

Solos, con frío o calor, quizá con hambre, arrastrando quién sabe qué traumas por la violencia o la pobreza sufridas, sin nadie a quien abrazar. Como juguetes rotos a los que nadie presta ya atención. Así se encuentran miles de menores por la incapacidad de reacción de nuestros gobiernos. ¿Qué valores pretenderán defender de ahora en adelante nuestros líderes? ¿A quién le vamos a dar lecciones o exigir compromisos en materia de derechos humanos? ¿Cómo pediremos a otros que respeten los Acuerdos de Ginebra, que incluyen normas obligatorias de acogida a los refugiados, y que son la base de la legislación humanitaria de los conflictos del mundo?

Comentarios

Que se vulneren los derechos de los más pequeños, es caer muy bajo.
Que se vulneren los derechos de los más pequeños, es caer muy bajo.
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