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Anestesia de campo

La especialista en Agok, una zona en disputa entre Sudán y Sudán del Sur, narra cómo supera las limitaciones materiales en su primera misión en un sistema de salud gravemente afectado

Los dos cirujanos de MSF realizan alrededor de 150 cirugías de emergencia al mes.
Los dos cirujanos de MSF realizan alrededor de 150 cirugías de emergencia al mes.Pierre-Yves Bernard (MSF)

Llego a Agok (Sudán del Sur) a bordo de uno de los pequeños aviones de Naciones Unidas que aterrizan en la pista de esta región. Abajo, el paisaje tiene un tono rojizo. Desde el aire, Agok se divisa como un gran grupo de chozas bañadas por el sol. El coordinador del proyecto, que me acompaña en el avión, me señala el hospital. Instantes después, el avión toma tierra dejando tras de sí una estela de polvo. En cuanto descendemos del avión, nos vemos rodeados de niños que, obviamente, hacen de la pista de aterrizaje su patio de juegos.

Veo entonces una imagen familiar, un vehículo todo terreno de MSF con los clásicos distintivos Sin Armas que he visto tantas veces en los medios de comunicación y al que me voy subir por primera vez.

Tras un corto trayecto, llegamos al recinto de MSF. En el tukul, una gran cabaña en forma de cono que se utiliza como sala de estar para el personal, conozco al equipo e iniciamos un recorrido por las instalaciones. Estoy deseando ver el quirófano.

Se trata de una sala sencilla. Miro alrededor y no logro localizar la máquina de anestesia. Enseguida me doy cuenta: ¡No hay! Ni máquina de anestesia, ni ventilador, ni capnógrafo para medir el dióxido de carbono en los pacientes; no hay un monitor de electrocardiograma, ni desfibrilador, no hay mascarillas laríngeas para mantener las vías respiratorias del paciente abiertas, ni estiletes de intubación… Estoy ante una auténtica anestesia de terreno.

Este es, con mucho, el mayor desafío de mi carrera ¿He mencionado que no habrá asistente anestesista?

Todo lo que tengo son algunos tubos endotraqueales para mantener una vía aérea, laringoscopios de McCoy (pero solo de dos tamaños), un par de bolsas de anestesia, mascarillas, un concentrador de oxígeno portátil, un oxímetro de pulso que nos permite medir la saturación de oxígeno de la sangre de un paciente, un monitor y un tensiómetro.

Para medir la concentración de hemoglobina en sangre contamos con un Hemocue, pero el laboratorio como tal es inexistente. No podemos hacer análisis de sangre, no se pueden realizar hemogramas que, por ejemplo, nos permitirían identificar una anemia, ni contamos con test de urea y electrolitos para comprobar la función renal. Tenemos una pequeña nevera para almacenar sangre, pero la única forma de obtener sangre para transfusiones es mediante la donación de familiares de los pacientes.

El cirujano me empieza a explicar la naturaleza de los casos que suelen recibir. Sin embargo, estoy inmersa en mis pensamientos; mi experiencia con la ketamina es limitada y tengo que aprender mucho del actual anestesista antes de sustituirle. Vamos a necesitar ventilación manual para practicar laparotomías, intervenir traumatismos graves y realizar algunas de cesáreas de emergencia… Hago mis conjeturas sobre los momentos en los que vamos a tener que usar anestesia. Tendré que emplear mi juicio clínico para facilitar una anestesia segura ya que no tengo más herramientas para supervisar la condición del paciente que un estetoscopio, un oxímetro y tensiómetro. Siento como si hubiera retrocedido en el tiempo. Y en estas condiciones, atendemos a pacientes de todas las edades con una amplia gama de problemas médicos, incluyendo a recién nacidos.

Sin otra alternativa, pronto me adapto a trabajar en un contexto marcado por la escasez de recursos

El cirujano, un estadounidense especializado en cirugía, es increíblemente competente. Con el tiempo descubro que sus habilidades van desde la tiroidectomía a la cirugía intestinal pasando por los injertos de piel para las quemaduras, las cesáreas y muchos otros procedimientos. Desde el primer momento, mantengo una muy buena relación con él, lo que me resulta tranquilizador.

Agok es caluroso y húmedo, una combinación increíblemente sofocante. Necesito aclarar mis ideas. Requiero tiempo y espacio donde pueda pensar el tipo de anestesia que puedo facilitar aquí con lo que tengo. Este es, con mucho, el mayor desafío de mi carrera ¿He mencionado que no habrá asistente anestesista? ¿Cómo va a ser posible ventilar manualmente de forma constante y, al mismo tiempo, atender a las otras necesidades del paciente?

Escasas horas después de mi aterrizaje, me avisan que hay que realizar una laparotomía de urgencia. Se trata del apéndice. Sigo al anestesista al que voy a reemplazar. Coge ketamina, morfina y suxametonio. Todo el proceso de extubación lleva media hora. El paciente se despierta estable y libre de dolor. Estoy impresionada. A pesar del agotamiento por el viaje me siento eufórica.

A partir de ese momento comienzo una experiencia intensa. Empiezo realizando sedaciones para cirugías menores, pero enseguida me encuentro con pacientes de alto riesgo que van a requerir procedimientos de alto riesgo. Sin otra alternativa, pronto me adapto a trabajar en un contexto marcado por la escasez de recursos y me convierto en una experta en el arte de utilizar ketamina en la mayoría de los casos.

También me veo en situaciones que no me había imaginado. En numerosas ocasiones tengo que ventilar manualmente a pacientes tras operaciones que se han prolongado durante horas. Asumo así el papel de un ventilador para estabilizarlos de cara a una correcta extubación. Cada vez que lo hacemos con éxito y funciona me siento exultante. Sin embargo, si me preguntan, no me ha abandonado ni un solo minuto una sensación aplastante producto de la frustración e impotencia por aquellos desafortunados a los que no hemos podido salvar.

Birsen Gaskell es anestesista de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Agok.

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