Un fragmento de la Prehistoria
EL SEÑOR grandote acaba de arrebatar de los brazos de sus padres a esta pareja de bebés y se abre paso a gritos para llevárselos a casa y devorarlos. Se trata de un ogro sibarita, de un gourmet, un Hannibal Lecter cuyos jugos gástricos han comenzado a hervir al imaginar cómo crujirán los huesos de las criaturas cuando les dé el primer bocado. Quizá se los coma crudos, como el que da cuenta de un par de ostras antes del primer plato. De hecho, debido a su tamaño, apenas le servirán de aperitivo. Lo que el ogro quiere comerse de verdad es América y, tras América, el mundo. Pero hay que abrir boca con un par de lechoncitos. Inmediatamente le servirán unos mexicanos o unos portorriqueños a la espalda. Es posible que, en vez de jerarquizar los platos por nacionalidades, se los sirvan por oficios: primero, las señoras de la limpieza, los fresadores luego, y los obreros de la construcción más tarde, para cerrar al fin con un revuelto de sindicalistas.
Decíamos al principio que el monstruo acaba de arrebatar a los bebés de los brazos de sus padres, aunque es posible que se los hayan entregado de forma voluntaria. Hay gente así, gente capaz de ofrecer este tipo de sacrificios a los dioses (para muchos este sujeto es un Dios). Más todavía: hay gente capaz de votar a Donald Trump, pues tal es el nombre de la bestia insensible a la angustia de los nenes. Se diría, por el contrario, que su llanto le excita más, si cabe, que el sonido del dinero cayendo en sus faltriqueras. Un fragmento de la prehistoria haciéndose presente en pleno siglo XXI. Sálvese quien pueda.
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