El dirigible que no es
La aeronave más grande del mundo efectúa su primera prueba con éxito, de modo que el nombre es lo de menos
Es el signo de los tiempos. Nada es lo que parece, ni quiere serlo. El aparato de la fotografía tiene forma de dirigible, vuela como un dirigible y en una encuesta casi todo el mundo lo definiría como un dirigible. De hecho, al seleccionarse esta fotografía ha sido denominada como “la del dirigible”. Pero no lo es.
Según la empresa fabricante es, en realidad, una “aeronave híbrida”, en concreto la Airlander 10. Se trata del aparato volador más grande del mundo, capaz de surcar los cielos durante cinco días seguidos, si tiene tripulación a bordo, y hasta dos semanas en caso de ser pilotada por control remoto. Un ingenio mucho más grande que cualquier avión y menos contaminante también. El único problema es que necesita unos cien metros —apenas cinco más que su longitud— para aterrizar y despegar, razón por la cual sus creadores no lo consideran un dirigible.
Y en la era de la imagen, del marketing, el personal branding y el social networking es posible que sus propietarios no quieran asociar, ni en el nombre, esta maravilla de la ingeniería a una palabra que evoca indefectiblemente una de las mayores tragedias de la aviación; el incendio del Hindenburg en 1937, cuando el dirigible atracaba en Nueva Jersey procedente de Alemania —si, además era esa Alemania— y cuyas fotos más famosas lo presentan, o bien en llamas, o bien paseando apaciblemente la bandera nazi por los cielos de la Gran Manzana. Aunque tal vez sea peor el remedio que la enfermedad, porque el Airlander 10, visto desde algunos ángulos, asemeja a un gran trasero volador. El mote está servido.
Pero la anécdota no debe ensombrecer lo importante, aunque este sea otro signo de nuestro tiempo. Los conductores que ayer detenían sus vehículos en el arcén para inmortalizar en sus teléfonos móviles el vuelo de la “aeronave híbrida” asistían, conscientes o no, a los comienzos de lo que puede ser una nueva era en el transporte aéreo. Y a la demostración de que las viejas ideas, mejoradas, pueden ser buenas y que los viejos rockeros nunca mueren. La prueba es que uno de los pilotos y accionistas de la empresa es Bruce Dickinson, el cantante de Iron Maiden.
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