Tacticismo o deslealtad

Los nacionalistas de Convergència (ahora Partit Demòcrata Català, PDC) han votado al PP para presidir el Congreso. La decisión chirría, por incoherente. Proviene de quienes atribuyen a los populares intenciones de involución centralista del Estado. Actitud que avalaría, según ellos (confunden sectarismo gubernamental con sesgo excluyente del Estado) nada menos que la separación.

Es una maniobra táctica para lograr a cambio grupo parlamentario propio —que no alcanzan por poco—, algo legítimo y recurrente. Pero que es una conveniencia de partido, no una razón de nación. Apoyar al partido antiestatutario choca con las conclusiones del (simultáneo) congreso refundador del partido, que ha desbordado a la torpe y fracasada gestión de Artur Mas, consagrando en su programa el republicanismo y el independentismo radical en vez del soberanismo ambiguo por el que optaba este. Y choca más porque el apoyo ha sido clandestino, inexplicado y no reconocido, violando toda transparencia y tratando a sus fieles como idiotas, como lamentaron varios dirigentes.

El PDC cobrará mañana el precio de su voto (constitución de grupo y sus prebendas) en el Congreso. Y se apresta para aprobar el miércoles, en el Parlament, las conclusiones rupturistas de la Comisión de Estudio del Proceso Constituyente, que incluyen las anuladas (por el Constitucional) “leyes de desconexión”, tras las que se aplicaría a las bravas y sin mediar pacto un “mecanismo unilateral” de independencia. La propuesta, formateada por la CUP, pretende calentar la próxima Diada, alentar la moción de confianza del Gobierno catalán en minoría y el maltrecho pero vivo procés separatista. Lo extraño es que el independentismo reclame reconocimiento a su legitimidad —que cabe en la Constitución— mientras lo erosiona hurtando la mínima lealtad. Y que el PP dé la impresión de que se aviene a ello con tal de apalancar a su candidato a La Moncloa.