Oportunidades: la esencia del desarrollo

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Al llegar a una barriada, favela o barrio joven de cualquier lugar del mundo en desarrollo vemos condiciones de vida precarias, situaciones socio-económicas adversas, personas atrapadas en la pobreza y la exclusión. Pero si miramos en profundidad también veremos vocaciones productivas, gente con ideas claras para avanzar en sus quehaceres e individuos ingeniándoselas para superar su realidad. En definitiva, apreciaremos el potencial humano para buscar un futuro mejor.

De las impresiones y certezas que obtenemos en este tipo de experiencias se puede extraer una de las afirmaciones más trascendentes para todos los que trabajamos en el ámbito del desarrollo: la capacidad de las personas para transformar su realidad está directamente relacionada con las oportunidades que tienen o dejan de tener.

En otras palabras, si no se tiene acceso a servicios básicos, a un empleo digno o a un transporte y una alimentación adecuados, el desarrollo del ser humano será limitado. Y es justamente la ausencia de oportunidades y de herramientas lo que en muchas ocasiones hace que los pobres no dejen de ser pobres.

Esta reflexión es crítica a la hora de implementar proyectos de desarrollo, ya que sitúa el empoderamiento de las personas —y no tanto el mero crecimiento económico— en el núcleo de la acción. Es que en muchas ocasiones, la mejora de las capacidades productivas supone el punto de inflexión que les ayuda a salir de la pobreza, sobre todo gracias a un importante ejercicio de empoderamiento que les abre el espectro de oportunidades.

Por eso, desatar el potencial productivo de los más vulnerables tiene que convertirse en un motor de las iniciativas de desarrollo. Pero la realidad no es tan simple como la teoría. Para que el trabajo de empoderar y capacitar a los más vulnerables sea exitoso, será imprescindible que exista una organización comunitaria, una detección de vocaciones productivas y, al mismo tiempo, un proyecto viable desde el punto de vista económico. El trabajo exitoso consiste en provocar el desarrollo de habilidades que satisfagan las demandas reales de los mercados.

En este sentido, para tener éxito en las iniciativas de empoderamiento productivo es importante tener la certeza de que más allá de sus necesidades apremiantes, las personas en situación vulnerable tienen el potencial de aprovechar las oportunidades que se les presentan.

En CAF —Banco de Desarrollo de América Latina— tenemos algunos ejemplos de cómo el empoderamiento productivo es una poderosa herramienta para sacar de la pobreza de forma permanente a los habitantes de las comunidades más desfavorecidas de la región.

Lecciones aprendidas

Históricamente se han cometido errores, en especial cuando perdemos de vista que el desarrollo de las naciones tiene que ver con el desarrollo humano particular y no universal.

A manera de ilustrar, les traigo una anécdota: hace algunos años en un congreso sobre pobreza en Londres, se planteó que un mecanismo de inclusión para mujeres en una aldea de un país africano era llevar un acueducto hasta su caserío para evitar que dichas mujeres caminaran durante horas en aquella llanura árida, en búsqueda de una fuente limpia de agua para lavar los enseres y mantener una higiene personal.

El desarrollo de las naciones tiene que ver con el desarrollo humano particular y no universal

Para la lógica occidental, esta intervención es una buena implementación de política y por tanto un proyecto que, en teoría, iba a redundar en bienestar para estas mujeres. Pero en la realidad representó una catástrofe en la vida de ellas, pues con esta política se eliminó la única posibilidad de esparcimiento que tenían este grupo de mujeres, para quienes el momento de partir juntas a la fuente de agua era además una oportunidad para conversar, intercambiar experiencias, entre mujeres, con sus amigas y familiares. Las horas ganadas con la llegada del proyecto se tradujeron en horas adicionales de trabajo pesado en la comunidad.

Hemos aprendido. Por eso, la banca de desarrollo llega a estos rincones de la geografía, no sólo con proyectos de infraestructura que abona el terreno para el desarrollo económico, sino también con proyectos que buscan nivelar las facultades sociales y productivas de las personas que allí se encuentran. Aquello, dentro de la diversidad étnica, cultural y económica, con el objetivo de generar capacidades para que las propias personas creen vidas significativas y relevantes para sí mismos. Vidas plenamente adecuadas a sus criterios de desarrollo y prosperidad, para procurar el desarrollo humano de forma más amplia, lo que supone a fin de cuentas, la verdadera riqueza de los países.

Silvia Oteyza es directora de sostenibilidad social en CAF – Banco de Desarrollo de América Latina