Anatomía de un incendio
Alguien indagará en la trastienda de este misterio inquietante, que tantas cosas insinúa sobre la ambigüedad de la historia

El 12 de julio de 1979 Zaragoza sufrió un infierno, sin metáforas. Un incendio en el hotel Corona de Aragón dejó 78 muertos y 113 heridos. Muchos murieron asfixiados y otros al arrojarse al vacío, locos de pánico. Fue una de las mayores tragedias de la España de la segunda mitad del siglo XX.
En el hotel se alojaban Carmen Polo de Franco, Alfonso Armada y otros militares. La furia terrorista mataba entonces casi a diario y enseguida saltaron los rumores de atentado. En Heraldo de Aragón se recibieron dos llamadas que lo reivindicaron, una que aseguraba proceder de ETA militar y otra del FRAP. Sin embargo, el gobierno de Adolfo Suárez se apresuró en abrumar con la versión oficial: el incendio había sido fortuito. Esa postura agradó, incluso, a gente que andaba convencida del atentado. La Transición parecía muy vulnerable, el país se tambaleaba y la autoría terrorista se lo hubiera puesto en bandeja a los golpistas, que estaban deseando actuar, como quedó claro el 23F.
Aún hoy, no se sabe bien qué pensar; y tampoco lo ponen fácil. En 2009, el Tribunal Supremo reconoció como víctima del terrorismo a una mujer muerta en el incendio, pero en 2013 Andreu, juez de la Audiencia Nacional, determinó que no fue un acto terrorista. En cambio, en 2014 Fernández Díaz, ministro del Interior, admitió que había sido un atentado.
Es algo más que un misterio sin resolver. Alguna vez, alguien, a la manera de Javier Cercas en Anatomía de un instante, indagará en la trastienda de esta duda inquietante, que tantas cosas insinúa sobre la ambigüedad de la historia y el cómo se construye el relato de la memoria colectiva.
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