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Olga de Dios, monstruos con conciencia

Silvia Blanco

LAS PAREDES del salón de casa de Olga de Dios están llenas de monstruos de colores. De criaturas como esa con el cuerpo en forma de patata, pecas y gafas de pasta; como aquel cejijunto de tres patas, colorete en las mejillas y piel de ceras Manley. Pero la ilustradora, de 36 años, no es la única autora: también ha colgado dibujos de sus lectores, de niños que le regalan sus creaciones –tiene una caja entera– o que reinterpretan a sus personajes más conocidos, como Monstruo Rosa, Pájaro Amarillo, la Osa Ramona o el Bicho Pelota, para los que incluso se inventan historias.

En menos de tres años, De Dios ha publicado cuatro libros. Hablan de la empatía, de ser distinto, de las familias, del medio ambiente. Plantean valores y preguntas lejos de adoctrinar. El primero fue Monstruo Rosa, una historia sobre el valor de ser diferente que va por la séptima edición y ha llegado a Japón, Corea del Sur, China. También hay Pájaro Amarillo en esos países asiáticos. Vende en EE UU y en Francia, y su obra está a punto de salir también en Brasil.

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En la primera foto, decenas de bocetos. En la segunda, materiales de trabajo de la ilustradora. / THOMAS CANET

De Dios estudió Arquitectura y trabajó como diseñadora. No dejó de dibujar –“de forma compulsiva”, dice–, y a los 30 años decidió formarse en ilustración. Aprendió copiando, por eso le ilusiona que ahora los peques, como los llama, imiten sus dibujos.

Extiende los ejemplares en diferentes idiomas sobre la mesa y se va explicando con rapidez mientras pasa las páginas. “Cada día me escriben 20 personas a través de redes sociales contándome su experiencia y yo les respondo. Tengo mogollón de seguidores coreanos en las redes sociales, en Instagram acumulo etiquetas de japoneses que se hacen su muñeco con uno de mis monstruos, se lo pintan en las uñas… Antes el autor era alguien que estaba en su casa y el editor un señor con corbata en un despacho. Ahora ya no necesitan llamarlo para hacerme llegar una carta o hablar conmigo. Estamos conectados”.

Alrededor de sus historias ha tejido una comunidad de lectores exigentes con los que se relaciona en redes, o en las bibliotecas y colegios a donde va a contar sus cuentos. “Muchas profesoras empezaron a usar en clase Monstruo Rosa de forma espontánea. Publicaban en sus blogs cómo lo habían empleado. Yo lo creé desde mi perspectiva de mujer y lesbiana, pero se usa para trabajar varias diferencias, como en aulas de espectro autista. Varias madres y profesoras lo tradujeron a pictogramas para que ellos lo leyeran y lo compartían. Así empecé a publicar en licencia libre: no puedes explotarlo de manera comercial sin acuerdo conmigo, pero sí crear obras derivadas y compartirlas”.

Ese diálogo con los lectores le ha servido incluso para replantear una historia. “Una niña vio dos adultos con un grupo de peques y me preguntó: ‘¿Son dos familias?”. Buscó estadísticas y vio lo común que eran las “familias con dos núcleos o reconstituidas”. “Entonces dibujé a unos personajes que vienen cada uno por un lado y pasan el día juntos, pero no sabemos si viven en una casa o en dos. Los niños te dicen lo que ven, es su realidad y la identifican sin prejuicios”.

Hace poco, una mujer le contó que su hijo había adaptado la habitación a su edad y había quitado las cosas de niño pequeño, excepto sus libros. “Creo que es lo más bonito que me han dicho”.

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Sobre la firma

Silvia Blanco
Es la jefa de sección de Sociedad. Antes ha sido reportera en El País Semanal y en Internacional, donde ha escrito sobre migraciones, Europa del Este y América Latina.

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