No crezca, es una trampa
Cuando era pequeño imaginaba que ser adulto significaba no ser más un pringao de las circunstancias sino su dueño
La vez que más adulto me he sentido en mi vida fue cuando me compré mi primera televisión: toda la vida viendo las que habían elegido otros –padres, caseros, el anterior novio de aquella novia que tuve– y ahí estaba yo, emancipado, dueño único de mi destino, hombro con hombro con todas las autoridades de mi vida pasada. La segunda vez que más adulto me he sentido en mi vida fue unos segundos después de comprar mi primera televisión: noqueado por mi impresionante madurez, sabiduría y gobierno, saqué el móvil y escribí a un amigo al que había declarado la guerra. “Mañana te voy a hablar. No te lo mereces. Espero que te lo tomes como un adulto”. No recuerdo ahora cuál era el conflicto, pero ante la duda dejémoslo que tenía razón yo. El caso es que nunca he visto una circunstancia que no acabe afectando a alguien que simplemente pasaba por ahí. Pienso en esto mientras leo sobre Michael Gove, el estratega conservador británico que en una semana ha hecho triunfar el Brexit, y caer a Boris Johnson: eso sí que es un portento del control sobre uno mismo. Cuando era pequeño, en los tiempos anteriores a la compra de aquella televisión, imaginaba que ser adulto significaba no ser más un pringao de las circunstancias sino su dueño. Y aquí estoy hoy, con edad de ser mi propio padre, en Francia, en un hotel con una televisión tan moderna que no sé cómo encenderla; como soy mi propio hijo, no pienso pedir ayuda. A este paso, como no me esfuerce, lo seré siempre. Pienso en lo que hubiera hecho si fuera más como Gove. Y doy gracias a las circunstancias por dejarme tan claro quién manda aquí.
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