Un voto desquiciado
En los últimos cinco años España se ha puesto políticamente patas arriba
Entre las elecciones de 2011 y las de 2016 el PP ha perdido 49 escaños y la mayoría absoluta, el PSOE ha perdido 25 y cosechado su peor resultado histórico. Un partido que entonces no existía, Podemos, ha conseguido 71 diputados junto a IU. Y otro cuyo margen de acción era autonómico en 2011, Ciudadanos, ha ganado 32.
Para entender España hoy es necesario saber que el PP celebró su victoria con una gran fiesta y que el candidato del PSOE fue recibido en Ferraz con gritos de “presidente, presidente” tras quedarse a 52 escaños del partido más votado. Del mismo modo, Podemos trata de averiguar en qué ha consistido su fracaso, algo similar a lo que hace a estas horas Ciudadanos. Pero éstos, con 39 escaños menos que Podemos, en menor medida.
Hay algo más: no es impostura la del PP y la del PSOE, ni tampoco la de Unidos Podemos. En verdad los dos primeros han ganado, y los terceros han perdido. Una de las razones es que entre estas dos elecciones se celebraron otras, en las que los resultados fueron peores para el PP y la izquierda pudo formar un Gobierno que ahora no formará de ningún modo. Otra de las razones es que en estos cinco años España se ha puesto políticamente patas arriba. Lo suficiente como para que un partido inexistente en 2011 lamente en 2016 tener cinco millones de votantes. Lo suficiente como para que ese partido haya perdido un millón de votos en seis meses.
El bipartidismo no ha muerto, pero celebra sus resultados como si hubiese resucitado. Y lo nuevo no acaba de nacer, pero se siente ya amenazado. Esa inestabilidad del votante de Podemos imita a la de sus dirigentes. Es un partido que ha sido una cosa diferente cada año de vida, hasta empezar a ser una cosa diferente cada semana y, peor aún, ser muchas cosas al mismo tiempo dependiendo de la sensibilidad de sus jefes. Iglesias, Errejón, Colau o Monedero, haciendo las veces de iCloud ideológico, no sólo piensan distinto a la hora de ganar las elecciones: también tienen un país diferente en la cabeza.
El éxito de Rajoy ha sido el tradicional en el PP: parecerse a sus votantes, mimetizarse con sus gustos y hacer lo mismo a la hora de enfrentarse a la corrupción: ponerse de perfil, cuando no justificarla. Podemos responsabiliza de sus resultados al voto del miedo, que es donde ha perdido: ensimismado en su baile ideológico ha dejado que los españoles tengan más miedo de lo que no conocen, pero sospechan, que de lo que no sospechan, pero conocen.
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