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Columna
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¿Por qué España?

Manuel Rivas

Muy pocos autores han escrito sobre España con la implicación con que lo hizo Albert Camus, con un activismo del sentir y el pensar: “La sola tierra donde me siento plenamente yo mismo, el único país del mundo en que se sabe fundir, en una exigencia superior, el amor de vivir y la desesperación de vivir”. Y mantuvo esa inquieta fidelidad toda la vida, sin desfallecer, desde su vigilia en el periódico clandestino Combat, durante la ocupación nazi, hasta el día mismo de su muerte en la carretera, en 1960. En la víspera, antes de salir hacía París, había escrito una carta de amor a la actriz María Casares: “Ya no tengo más razones para privarme de tu risa y de nuestras noches, de mi patria”. Eso sí que es hacer visible una abstracción. La patria como el lugar de Eros y no de Marte.

Nada amigo de condecoraciones, llevaba con orgullo la insignia de la Orden de la Liberación, que le otorgaron los exiliados españoles en 1949. Otros intelectuales franceses, apoltronados en el conformismo, como Gabriel Marcel, le reprochaban tanto compromiso. Y su respuesta fue un texto que debería figurar como materia de lectura en los centros de enseñanza y en los escaños del Congreso: “¿Por qué España?”. Allí donde dice: “Por primera vez, los hombres de mi edad se enfrentaban con la injusticia triunfante en la historia”. Y, sobre todo, cuando pelea contra la hipocresía: “Lo que yo no puedo perdonar a la sociedad política contemporánea es que se convierta en una máquina para hacer desesperar a los hombres”.

Nada se pierde en estos textos de implicación, en los que Camus apuesta la cabeza por España. Si habla del pasado es para tomar impulso y mover el silencio presente. Con el título ¡España libre! (editorial La Linterna Sorda, 2014), recopilación y traducción de Juan Manuel Molina, figura en una colección de buen nombre, Lo Que No Debe Decirse.

La España con la que se solidarizó el Nobel francés era, en gran parte, un pueblo de náufragos. A la vista de la historia, el DNI debería tener la denominación de Certificado de Náufrago. Una broma anacrónica, disculpen. En la campaña electoral que ahora termina hemos sido instruidos para no flagelarnos. España es la “cuarta potencia” de Europa. En el debate de los cuatro candidatos, uno se embaló y nos situó como “cuarta potencia” mundial. ¿En qué? En números, ¿no ha visto usted los números? Lo que me recordó la entrañable Carta abierta a la patria de Julio Cortázar: “Vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga”.

Así que España es “cuarta potencia” en una Europa en zozobra política. Una Europa en la que avanza el engranaje anunciado por Camus: “Una máquina para hacer desesperar a los hombres”. Una Europa que ha cerrado el paso a los náufragos de la historia y que ya limita con el gran cementerio marino. De enero a junio de 2015 fallecieron ahogadas en el Mediterráneo 1.818 personas que se dirigían al litoral europeo en busca de refugio. Este año 2016, y hasta el mes de junio, se han recogido 2.809 cadáveres. El rechazo a acoger a las víctimas que buscan refugio, huidas de una muerte probable, es la primera actividad de la “máquina para hacer desesperar”. Para ello, es una productora incesante de odio hacia los más vulnerables, “miles de seres bloqueados como moscas en el fondo de una botella”. Su última manifestación ha sido el Brexit, con declaraciones incalificables en líderes a los que se supone responsabilidad: los inmigrantes de Calais señalados como un peligro para “identidad étnica” británica (Cameron dixit). Pero vean la amplitud de la maquinaria: la Hungría de Viktor Orbán, la Polonia de Andrzej Duda, la Austria de Norbert Hofer y su FPÖ, la Francia de Le Pen… Todos ultraderecha xenófoba. Como diría Simone Weil, en esa máquina se oye “todo el rumor de los estúpidos, toda la orgullosa bajeza del tiempo”.

De escuchar a la gente, España podría ser, sí, la primera potencia de solidaridad en esa Europa que zozobra. José Antonio Bastos, presidente de Médicos Sin Fronteras (400.000 colaboradores regulares), destaca que España es el país que mejor resiste la “máquina para hacer desesperar”. Aquí no ha prendido la bajeza xenófoba. Ahora solo falta la voluntad política. El recurso más importante ya lo describe Camus: “El amor de vivir”.

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