El misterio del agua
ABRIR EL GRIFO y limpiarse el rostro con agua muy fría, frotando fuertemente para desperezarse, es un hábito aparentemente inofensivo que, sin embargo, desequilibra lentamente el pH natural de la piel. ¿Las consecuencias? Enrojecimiento, sequedad, descamación o eczemas. Y la peor parte se la llevan las pieles sensibles. La Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) señala el alto contenido en cal como la principal causa de la irritación de la piel, sin olvidar otros agentes agresivos como el cloro, hierro o zinc. El H2O es el factor de hidratación del organismo por excelencia, pero no debemos abusar del agua corriente y sí buscar alternativas como la mineral o la hervida.
Debido al efecto de evaporación, cuanto más se moja la piel, más se seca. “Los cosméticos no aportan de por sí agua a la piel, sino que evitan que esta se evapore”, apunta Cristina Galmiche, experta en cuidado facial y propietaria de dos institutos de belleza en Madrid. “Al perder su estado normal de hidratación, se altera la función de la barrera cutánea y aumenta el riesgo de infecciones”, confirman desde el servicio de dermatología del hospital del Mar de Barcelona. El agua, el frío o la calefacción agravan esta sequedad, y aunque siempre nos han dicho que hay que beber agua para hidratar la piel, aún no existen estudios concluyentes que confirmen esta relación. La solución pasa por una hidratación externa a través de cremas y productos que contengan activos nutritivos y orgánicos, como la urea o el ácido láctico, además de seguir otros protocolos de limpieza.
“Hay que evitar las pautas agresivas”, advierte Constanza Bahillo, dermatóloga y miembro de la AEDV, que recomienda “emplear agua templada y productos de limpieza adecuados al tipo de piel, no realizar lavados excesivos y secar sin friccionar demasiado”. Y la regla de oro: limpiarse la cara mañana y noche para eliminar la suciedad acumulada y los restos de cosméticos. Los expertos aconsejan usar una leche limpiadora que se retire con un pañuelo de papel y un tónico calmante sin alcohol, preferiblemente formulado con caléndula o rosa mosqueta.
El agua representa en torno al 70% del peso corporal –a unos 70 kilos de peso corresponden 42 litros de agua– y es la piel la que, con mecanismos de defensa, mantiene la hidratación. La clave: llevar el agua a nuestro terreno.
Un mito a desterrar
Erróneamente se cree que el agua fría cierra los poros y que la caliente los abre. La dermatóloga Elia Roó lo desmiente: “Su tamaño depende de la genética y de la producción de sebo, y puesto que el agua no interfiere en esa producción de grasa, no puede modificar el tamaño de los poros”.
Cuidados especiales
Al tener alterada la función de barrera, las pieles sensibles e intolerantes no están bien protegidas frente a sustancias irritantes. Además, los metales pesados contenidos en el agua corriente atacan al colágeno y disminuyen la elasticidad. De ahí la necesidad de limpiar este tipo de pieles con cosméticos libres de perfumes o alcohol, como el agua micelar, que contiene menos glicerina y detergentes que los jabones normales.
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