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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pitos para señalar que la zarzuela es intocable

Un grupo de espectadores interrumpió el miércoles la representación de ‘¡Cómo está Madriz!’ para protestar contra el montaje

José Andrés Rojo
Miguel del Arco, atrás a la derecha, con los intérpretes de '¡Cómo está Madriz!, la zarzuela que protagoniza Paco León.
Miguel del Arco, atrás a la derecha, con los intérpretes de '¡Cómo está Madriz!, la zarzuela que protagoniza Paco León.EFE

Se armó un buen lío el miércoles pasado en el Teatro de la Zarzuela. Se estaba representando ¡Cómo está Madriz! cuando de pronto se desencadenó la refriega. Algunos de los espectadores se habían llevado casualmente a la función un silbato y lo hicieron sonar, vaya que si lo hicieron sonar. Arreciaron los pitos y de paso los gritos y los abucheos, y la función tuvo que interrumpirse. El montaje que ha realizado Miguel del Arco, fundiendo en una dos piezas compuestas por Federico Chueca y Joaquín Valverde, La Gran Vía y El año pasado por agua,no ha gustado a una parte del público desde el día del estreno. Parece ser que Alberto Ruiz-Gallardón, exministro y exalcalde de la capital, se levantó muy digno del patio de butacas y se fue a casa. Y cuentan que ha habido colas de personas que quisieron recuperar el importe de la entrada. Todo legítimo, faltaría más: sobre gustos no hay nada escrito.

Mientras que en el mundo de la ópera la pasión por la transgresión de tantos y tantos directores ha llegado incluso a tener su punto de enfermizo, y ahí el que no fuerza los viejos códigos no es nadie, la zarzuela se ha mantenido prácticamente intacta a toda contaminación y conserva la salud con toneladas de alcanfor. Tiene su público fiel, familiarizado con las antiguas maneras y tirando a tradicional, amigo de las esencias. Tanto es así que el género se ha llegado a asociar con lo más casposo y por eso han tenido que salir los buenos conocedores para reivindicar que hay zarzuelas de inmensa altura dramática y musical, y que no estaría de más acercarla a otros espectadores. Es lo que ha querido hacer a su manera Miguel del Arco.

Y su manera, por lo que se ha visto, es la que es. “Prefiero provocar a aburrir”, ha dicho a propósito de este montaje (como si no hubiera otras opciones) y ha comentado algo, refiriéndose al siglo XIX, que merece destacarse: “Si seguíamos utilizando los referentes de entonces, el espectador iba a sentirse desconectado de la comedia”. Tiene razón. Las gentes de aquellas épocas nada tienen que ver con las gentes de hoy, así que para cumplir el desafío de acercar la zarzuela al presente igual hay que meterle un poco de mano. Tampoco pasa nada, faltaría más. Cada director hace su lectura de las obras del pasado: las hace suyas, para compartirlas mejor con los demás.

En ese empeño puede gustar o no gustar, tener éxito o fracasar. Lo que no resulta edificante —ni inteligente— es esa bárbara actitud de quienes consideran que la zarzuela es cosa suya, que el género les pertenece y que son, por tanto, dueños exclusivos de cómo entender su ligereza y su alegría. Desde una posición tan aguerrida, resulta lógico que saquen los silbatos para, hondamente indignados, apabullar y frenar al que pretende ensayar otro camino. Es una actitud que se parece mucho a la que tiene cierta derecha respecto al poder: sigue pensando que le pertenece, que desde siempre ha sido cosa suya. Pero los tiempos han cambiado. Y hay actitudes que no tienen pase.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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